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1º de mayo: una mirada a la primera huelga del país llevada a cabo por los tipógrafos

Hubo un tiempo en que hombres y mujeres (a otras diversidades siquiera se les permitía existir) carecían de derechos laborales. Hubo un tiempo en que irse de vacaciones, tener educación, curarse de las enfermedades, o tan sólo opinar, estaba prohibido. Le aporreaban a cualquiera por eso, y sin dudarlo, le daban muerte por exigir. Hubo un tiempo en que les trabajadores sólo gozaban de ser explotados.

Hoy en día hay un sinónimo para la explotación: reforma laboral, una propuesta que actualmente ocupa lugar en los medios de comunicación y en varios discursos electorales. Pero mucho antes, simplemente no había derechos, por lo tanto no era necesario cercenarlos o reformarlos. Recordemos que el Día del Trabajador se conmemora en honor a las sangrientas represiones, ocurridas en la ciudad de Chicago, entre abril y mayo de 1886.

1° de mayo de 1890: Primera marcha por el Día Internacional de las y los Trabajadores en Argentina

En la República Argentina, el registro histórico de huelgas, se remonta al 1º de mayo de 1890. Entre mil quinientos y mil ochocientos obreros ganaron las calles de Recoleta para recordar a los mártires de Chicago, asesinados cuatro años atrás. Sin embargo, hubo experiencias que precedieron a esta. El historiador Carlos M. Echagüe, escribe al respecto: “Aunque sobre los paros anteriores a 1890 no hay datos precisos se sabe que la huelga de los tipógrafos, iniciada el 2 de septiembre de 1878 y que se prolongó más de un mes, fue la primera huelga producida en el país.”

De dicha huelga vamos a hablar hoy. En ella no confluyen solamente la falta de derechos laborales, sino también el rol de los medios, lo que hace que este artículo resulte aún más contemporáneo. Por aquel entonces, Dalmacio Vélez Sársfield, autor del Código Civil y editor del diario El Nacional, escribía que la huelga era “una irrupción de derechos exagerados que no se podía admitir porque significaba contemporizar con esas exageraciones, lo que importaba subvertir las reglas del trabajo”.

Aquellos trabajadores (en condiciones similares a la esclavitud) no sólo carecían de derechos, sino también de organización. En 1857 habían fundado la Sociedad Tipográfica Bonaerense, pero bajo el título de mutual, lo que la hacía inepta para encarar la lucha. En 1877 conformaron la Unión Tipográfica y el 30 de agosto de 1878, en una asamblea realizada en el Teatro de la Alegría, se decidió realizar una huelga. La causa era el recorte a un ya miserable salario y la extensa carga horaria, condiciones de trabajo impulsadas por una imprenta a la que se sumaron otras imprentas porteñas.

Así fue que el 2 de septiembre de 1878 los tipógrafos comenzaron la primera huelga en la República Argentina. “Mientras duró -comenta Echagüe-, los diarios más importantes se vieron obligados a reducir su material de lectura no obstante haber apelado a los empleados administrativos y algún personal adventicio”. Pero el paro se extendía más de lo esperado por la patronal. El 9 de octubre,  El Nacional, anunciaba el cambio de personal porque si se contemporizaba con la huelga, “movimiento inusitado e injustificable de los obreros, se subvertirían las reglas que rigen el trabajo”.

El intento desesperado por parte de los dueños de imprentas y diarios de cambiar el personal, también les saldría por la culata. El periodista Rafael Barreda escribe por esos días: “El gremio de tipógrafos de Montevideo, a cuyo esfuerzo quisieron recurrir algunas empresas, aplaudió, en telegrama dirigido a la Sociedad, ‘la trascendental huelga bonaerense’, adhiriéndose a ella y prometiendo que, a pesar de las muchas solicitudes, nadie vendría de allí…”. Las calles seguían tomadas por los obreros. Los trabajadores en huelga habían soportado, estoicos, la inhumana represión policial y cualquier otro intento de sabotaje. Después de más de un mes de lucha, las patronales aceptaron volver a los sueldos originales y reducir la jornada laboral a 10 horas en invierno y 12 horas en verano. Aunque todavía era incipiente su conciencia, este fue el primer triunfo de una clase social dispuesta a no dejarse avasallar, demostrando el carácter que habría de marcar las luchas sociales de comienzos del siglo XX.  

Roberto Payró describe en una semblanza a los tipógrafos de aquellos años decimonónicos: “El gremio tipográfico bonaerense no fue nunca una masa inerte, manejada a capricho, sino la clase más independiente y levantisca que haya existido en nuestra Capital… Formada en su mayoría de criollos, cada uno de sus miembros tenía una opinión, y si es cierto que las primeras huelgas emanaron de ella, es cierto también que durante largos periodos trabajaron los tipógrafos con un desinterés que no se limitaba a desdeñar el jornal, sino la misma vida. Entusiastas y arrebatados, del taller pasaron al comité, a las manifestaciones, a los atrios, y muchas veces en la imprenta, con el cañón apoyado en el burro, componían con el fusil al alcance de la mano, y luego dormían junto a las cajas, prontos a impedir con su sangre un empastelamiento… Todavía me parece estarlos viendo, a la puerta de las imprentas, como apretado enjambre, a la hora de entrar en el taller, a la hora de salir del trabajo, bulliciosos y juguetones, con el chambergo, puesto de tal forma, que resultaba un distintivo, comentando, afirmando, proclamando sus ideas en los días de agitación”.  

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