Por Leo González, Malena Tello y Facundo Cuesta La cooperativa Caracoles y Hormigas nace hace más…
“Estoy embarazada y quiero abortar”
Cuando tenía 24 años, Tamara Grinberg se enteró que estaba embarazada. Ante esa realidad, tenía una sóla certeza: no quería ser madre. Romper con el mandato de la maternidad obligatoria no iba a ser fácil. Mientras comenzaba a transitar las complejidades inherentes a la clandestinidad para acceder a un aborto, no faltaron los inquisidores que condenaron su decisión, sin importar cuán segura se mostrara.
Hace unas semanas el ministro de Salud bonaerense, Daniel Gollan, en declaraciones a Télam, afirmó que “en los últimos cinco años se registraron 79 muertes por abortos clandestinos” en la Provincia de Buenos Aires. El aborto, que hasta hace poco tiempo era un tema tabú en la sociedad argentina, hoy está instalado en la agenda pública. Y el 29 de diciembre se discutirá en el Senado de la Nación.

“El 10 o 12 de septiembre de 2012 estaba dando clases. En realidad, estaba participando de un acto chiquito, por el día del maestro, en la Escuela Nº22 de San Martín. Cuando salí de trabajar, fui hasta la farmacia de la esquina y me compré un test de embarazo porque estaba con dudas. Llegué a casa, me metí en el baño y las dos rayitas no tardaron ni un minuto en aparecer. ‘¿Qué hago?’ –pensé- ‘No quiero ser madre. Quiero seguir estudiando, quiero viajar”, comenzó relatando Tamara, en diálogo con Zorzal diario.
En busca de ayuda, cruzó al frente de su casa, donde vivía quien había sido su pediatra, le tocó el timbre y le pidió hablar con él de forma urgente: “Fuimos hasta el consultorio. Nos sentamos y le dije: ‘Estoy embarazada y quiero abortar’. Tenía 24 años, ya no estaba para ir al pediatra, pero se ve que sí para que me digan qué hacer con mi cuerpo. Me contestó: ‘Tamara, pensálo bien, hay mujeres que quedan muy mal después de hacer esto’. A lo que le respondí: ‘Yo sé lo que quiero, ayudame”, recordó.
Aquel doctor le aconsejó hablar de lo que pasaba con sus padres e ir a un médico para saber de cuánto tiempo estaba. Ese día se lo comunicó a su familia y amigos. “Ninguno juzgó mi decisión. Ninguno me preguntó de quién era, o qué había hecho. Nadie me lanzó interrogantes como: ‘¿Estás segura?, ¿Lo pensaste bien?’. Tuve la suerte de tener una mamá y un papá que me respetaron, y respetaron que era mi cuerpo y mi decisión. Recibí amor y afecto, pero faltaba mucho todavía”, afirmó Tamara.
A la mañana siguiente pidió turno con un ginecólogo de su obra social. Ya en la sala de espera, escuchó su apellido, y con una mezcla de nervios y angustia en su interior, ingresó al consultorio: “Antes de sentarse detrás de su escritorio, el médico me preguntó qué estaba pasando. Yo, haciendo el ademán de sentarme, le dije: ‘Estoy embarazada y quiero abortar’. Él se levantó de su silla, dio vuelta a su escritorio y me respondió: ‘Yo no hago esas cosas, si querés hacer eso te confundiste de lugar’. Me abrió la puerta y salí. Lloré sola afuera. Me dí cuenta que tenía más problemas que hacía una hora. Quería abortar y, aparentemente, había un mundo que iba a juzgarme por más segura que yo me presente”.
Decidió llamar a su amigo Mariano, que en ese momento era estudiante de medicina, y repitió la confesión: “Estoy embarazada y quiero abortar”. Su amigo le contestó que iba para su casa, que no se angustie, que había maneras. Tamara recuerda que puso la pava para esperarlo. Cuando Mariano llegó, le había traído un libro que se titulaba: “Todo lo que querés saber sobre cómo hacerte un aborto con pastillas”. Hablaron mucho, le aconsejó que lo lea ya que, además de cuestiones médicas, el libro explicaba todo lo relacionado con la ilegalidad de la práctica. Le tomó dos o tres horas recorrerlo a Tamara. Supo que el próximo paso era conseguir las pastillas.
“Mi desesperación iba en aumento: era imposible conseguir una receta de un médico, o que me vendieran las pastillas sin receta. Dos días después seguía sin conseguirlas. Moví todos los contactos que podían ayudarme. Finalmente, en una farmacia perdida de Camino Negro, el padre de un amigo las consiguió a 800 pesos, que serían algo así como dos lucas de hoy”, afirmó.
“El 16 de septiembre de 2012, mientras Maravilla Martínez le arrebataba el título mundial a Chávez en Las Vegas, yo practicaba un aborto con Misoprostol en mi casa junto a cuatro amigos. No funcionó. Me dolió un poco la panza y nada más. Ni pérdidas, ni sangrado. En el libro decía: ‘Una vez hecho el procedimiento tenés que ir al hospital y que realicen los estudios necesarios para saber si todo salió bien. Andá sola, el acompañante es cómplice del delito’”, detalló Tamara.
Así fue que acudió a la guardia de una Clínica de San Martín, y le dijo a la enfermera que la atendió que intentó un aborto con Misoprostol y quería ver a un ginecólogo. Le dieron un número y se sentó a esperar. Cuando entró al consultorio, le contó todo a la doctora. “No me habló. Extendió dos o tres órdenes de estudios, y me explicó dónde ir. Tampoco me revisó. El tipo que me hizo la ecografía me dijo: ‘Es un bebé fuerte, mira lo que se bancó’, mientras pasaba el aparato por mi abdomen y me comentaba que tenía dos centímetros, un mes y una semana. Dos de mis amigas y mi hermano me esperaban en la calle. Cuando salí, estaba justo donde empecé”, recordó.
A los días, Tamara consiguió un contacto en un Hospital de Virreyes. Fue acompañada de su mamá. Esperó un montón de tiempo en un pasillo y finalmente escuchó su apellido. “Entré al consultorio y un médico me esperaba sentado en su escritorio. Apenas me senté le dije: ‘Estoy embarazada y quiero abortar’. Me preguntó si estudiaba, ‘Sí’- le respondí- ‘estoy haciendo la Licenciatura en Artes’. ‘¿Vivís sola?’ –dijo- ‘Sí’- contesté-. Siguió: ‘¿Trabajas?’, ‘Si, doy clases. Soy Docente de Artes Visuales’ -respondí nuevamente-. Silencio. Sentenció: ‘Pareces una chica bien, no una negra villera’. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Le dije: ‘Me parece terrible lo que decís, mi cuerpo es mi decisión’. Y me fuí”, contó indignada Tamara.
Al salir, su mamá, que la esperaba en la puerta del Hospital, la abrazó y le compró un alfajor. Esa semana le pasaron un contacto para realizar un aborto inducido. “Entramos con mis viejos al consultorio. Le mostré la ecografía y le dije: ‘Quiero abortar’. Me dijo: ‘¿Estás segura?’. ‘Sí’- respondí-. Me revisó y me dio fecha para el 1 de octubre de 2012 en un lugar de Olivos. Me contó cómo iba a ser el procedimiento y el costo. Eran 7 mil pesos, unos 30 mil pesos de hoy. La plata me la dió mi hermano. Mis papás me acompañaron. A las 17 empezó todo, y a las 19 estaba volviendo a casa.”
Tamara vive en Villa Maipú, es profesora de Artes Visuales. Actualmente se desempeña como fotógrafa de prensa y dicta talleres de Ensayo Fotográfico para grupos reducidos. Cada vez que expuso su historia recibió acompañamiento, pero también rechazo. “Recibí amor y contención, y también me han dicho cobarde y asesina. Hasta el día de hoy no me arrepiento de mi decisión.” Al ser consultada si le gustaría en un futuro ser mamá, respondió: “Sí, me encantaría.” En el 2012, en una sociedad mucho menos preparada para abordar el tema, Tamara pudo decidir lo que quería para su vida. Pudo verbalizarlo. Pudo confiar en su familia y amigos. Pudo pagarlo. Y salir viva.
El pasado 11 de diciembre, después de una maratónica sesión en la Cámara de Diputados, se dio media sanción al proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE). La votación se definió con 131 votos a favor, 117 en contra y 6 abstenciones. Mañana se tratará en el Senado, donde se esperan números más ajustados, con una definición voto a voto.
Está en manos de los Senadores que sea Ley.

