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A 11 años de la masacre de Carcova: crónica de un nuevo reclamo de justicia

Una mujer enciende un cigarrillo y sigue caminando. Una moto se detiene para dar paso a la multitud . Sobre la calle Central se reúne gran cantidad de gente: niños y niñas, familias, organizaciones. La movilización arranca desde la salita, punto de encuentro para homenajear y reclamar justicia a once años de la Masacre de Carcova.

En la carnicería de la esquina un grupo de clientes sale del local para mirar qué pasa en la calle. El sonido de los bombos marca el paso y algunos movimientos en las manos y en los cuerpos que marchan. Muchas de las cabezas están cubiertas con gorras.

Una pelopincho en una de las veredas genera un juego entre dos mujeres que amagan tirarse al agua. Y ríen. Siguen caminando y cruzan la calle. La multitud avanza.

Otra mujer, parada en el patio delantero de su casa, mira pasar a la gente con seriedad y vuelve a entrar con la escoba en la mano. Alguien corre mientras cruza de vereda y salta sobre la espalda de un hombre. Se conocen, ríen y se saludan. El quiosquero mira a través de las rejas de su negocio a las personas caminar frente a él. Las caras muestran gestos firmes, tranquilos. Leves sonrisas aparecen en los rostros en los momentos en que se encuentran las personas que marchan.

Fotos : Hernan Vitenberg

La caravana sigue su recorrido y dobla por Echagüe: algunas personas con paso cansino y el cuerpo lento, otras más rápido, para luego alentarse, saludarse y seguir.

Se escuchan silencios entre cada canción que las pibas y pibes de la JP cantan entre banderas negras y rojas. Un hombre frena su paso en la esquina y observa a la multitud. Un perro pequeño hace lo mismo y luego sigue su caminata unos pasos. Alguien se agacha para acariciarlo y él se tira en el pasto para hacer su gracia.

Las veredas rotas, desparejas, los pastos crecidos entre el cemento. Tierra hecha barro por la lluvia matinal. Las zapatillas pisan todos los terrenos. Una señora baldea el patio y se detiene para ver pasar a las personas. Su marido, apoyado en el marco de la puerta, hace lo mismo. En la esquina los autos aguardan el paso de los manifestantes para atravesar la calle.

El calor es húmedo, la transpiración pegajosa. El sol pega de lleno por momentos y hace sentir su poder en el aire asfixiante. Algunos hombres de camisa y zapatos encabezan la marcha mezclados con personas con remeras de UTEP y de algunos clubes de fútbol europeos. Los perros de las casas ladran a la multitud, como sumándose al reclamo. Algunas personas se detienen frente al kiosco a comprar alguna bebida que refresque sus cuerpos.

Fotos : Hernan Vitenberg

El sol da de lleno sobre el frente de la escuela 51, a la que asistían Franco y Mauricio, víctimas de la masacre, junto a Joaquín, sobreviviente. Se realiza la primera parada para hacer entrega de la placa que recuerda lo sucedido. Un aplauso inevitable y un canto que se hizo escuchar: “Yo sabía que a los pibes los mató la policía”.

Al doblar por Maipú la arquitectura comienza a cambiar abruptamente: los frentes de las casas se vuelven imprecisos, con estilos que combinan diferentes materiales: toldos, chapas, ladrillos sin revoques, rejas. Veredas invisibles delimitadas solo por el cordón que las separa del asfalto de la calle, por la que corre agua de los desagües sin parar. Montones de escombros aparecen a los costados, pocos árboles, pasillos.

Otra parada de la caminata es en la “esquina de los pibes”, donde funciona el centro juvenil al que Mauricio, Franco y Joaquín asistían. Varias niñas y niños rodean la entrada, donde uno de ellos coloca, sobre la pared, la placa de cerámica con el recordatorio: “Debajo de cada gorra hay un pibe con su historia. 11 años Masacre de Carcova”. Los clics resuenan como chillidos de pájaros mientras se alzan las cámaras en las manos, en un vuelo corto, buscando un punto de apoyo para robar una imagen.

Sobre la calle de tierra brillan los charcos. Los vecinos y vecinas salen a la puerta curiosos. La calle se hace más angosta, el agua de los desagües sigue corriendo por los costados, lleva tierra, embarra los calzados. Huellas de agua y barro van dejando los pasos. Un hedor sube de los pozos y se confunde en el aire. El agua corre buscando su recorrido final hacia la zanja que bordea el barrio.

Al fondo, donde la precariedad de las construcciones queda a la vista, la caminata llega a su final. La pequeña plaza recibe a la multitud que se prepara para la última parada del homenaje y reclamo de justicia. Las vías limitan el terreno junto a una pequeña casa de ladrillos sin revoque donde un caballo blanco come pasto.

Los que pueden se sientan en algún lugar, los niños y niñas se suben a los juegos trepadores, los demás parados, firmes, esperan las palabras que cerrarán el acto. Las banderas flamean al sol, muchos prenden un cigarrillo, descansan las posturas, manos unidas atrás sobre la espalda, cierran los ojos, cruzan los brazos. Todos y todas a su forma se concentran para escuchar el documento elaborado por las organizaciones y el municipio. El homenaje y reclamo de justicia finaliza con un aplauso.

Foto : Hernan Vitenberg

Poco a poco se empieza a desconcentrar la gente. El sol entre las nubes deja sombras en la calle que se vacía. Algunos niños juegan en la hamaca. Un aire fresco recorre el espacio y se mete en los poros.

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