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AGUA BAJO EL PUENTE: UNA VIGILIA ENTRE MISA Y MAREA

El calor ahoga el microcentro levantándose como una humareda invisible. La escena está montada: pantallas, puestos de venta de comida y gazebos blancos cada pocos metros. Todo tipo de intervenciones callejeras se extienden a lo largo de cuatro cuadras que cortan la plaza del Congreso en dos mitades. 

Por Sabrina Saraceni y Delfina Pedelacq.

“El mundial de las pibas”, se decía allá por 2018. Fue la primera y última oportunidad en que el proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo llegó al Senado, y fue rechazada. Aquel debate, lejos de enterrarse, nos arrastra a este 29 de Diciembre de 2020.

La espera de una celebración que intenta cerrar un año pandémico, uno de los más extraños de la historia. Podríamos decir que mucha agua corrió bajo el puente. 

LA MISA CELESTE

Mientras comenzaba a aparecer en las pantallas una sucesión de caras, del lado celeste de la plaza, un grupo de tambores suena pegado al Congreso tapando los discursos. A metros de distancia, un bebé gigante manchado de sangre falsa, posa rodeado de los nombres escritos en papel madera de las y los senadores que en horas de la tarde, se mantenían indecisos.

“No podemos discriminar y depender del deseo. Es un derecho universal, si la sociedad no respeta, caemos en la violencia y deshumanización” asegura Rocío (32) que, con su hija de la mano y un tanto desorientada acerca de dónde dirigirse, cierra: “Por el bien de todos, espero que esta ley no salga”. 

Distintivos y cuadernos que piden “Salvar las dos vidas” están a la venta sobre una manta que descansa en la vereda. Diego (45), dice que “la gente necesita ser escuchada, ser vista” y vender esos productos para él, es hacer también un “aporte a esa necesidad”. Reconoce que es mucha la diferencia con la cantidad de gente que se encuentra en la otra mitad de la plaza.

Tres oradores se preparan para dar una charla. Prometen desenmascarar las trampas ocultas detrás del fenómeno masivo que el debate del aborto despertó. “Hermana date cuenta no es revolución, es negocio”, “Cuando salvar vidas se convirtió en delito” e “Hipocresía verde, el descarte selectivo”, son los tres libros que se muestran al lado de sus micrófonos.

Un cuadro de Cristo y una estatuilla de la Virgen María cuidan de un bebé de cerámica que reposa con sus ojos cerrados. Es un altar bastante similar a un pesebre. Un cura y varias hermanas emulan la actitud de esos santos, vigilando la escena. Algunas personas se arrodillan y rezan de cara al Congreso. Detrás, sorprende a contraluz una sucesión de cruces. Es un cementerio que se extiende entre este santuario y la misa.

El sacerdote católico Héctor Romero (48), expresa: “Creo que se puede aprobar y me indigna. Pareciera que la gente sólo quiere derechos, no obligaciones. Diría que desobedezcan esta ley injusta, que ataca los fundamentos mismos de la moral”.

LA MAREA VERDE

Parlantes en todas las esquinas mezclan diferentes tipos de ritmos. Una mujer embarazada acaricia su panza mientras una amiga le ata un pañuelo verde como bandana. Alrededor de las pantallas que transmiten los discursos, se aglutinan cientos de personas para escuchar atentamente. Los aplausos y silbidos se van alternando dependiendo de cómo votan senadores y senadoras.

La gente de mi edad pasó por todo esto que se está expresando ahora, la inseguridad y clandestinidad. No queremos que nuestras nietas pasen lo mismo.”, dice Liliana Lorenzo (64). Es médica y a lo largo de su vida, vio morir muchas mujeres por abortos clandestinos.  Comprobó que las únicas que mueren son las mujeres que no pueden pagarlo. 

Empleadas de AySA, reparten sachets de agua entre la multitud. Bajo el rayo del sol, Ivana Cajal rompe una de las bolsas y se la vuelca en la cabeza. Acomoda la chalina en su cabeza, chequea que sus pestañas postizas estén en lugar y forma. “Las personas trans también abortan, y nosotras las travestis tenemos un montón de cosas para abortar. Me da piel de gallina, emoción. Quiero que llegue la madrugada y podamos decir ni una muerta más”, finaliza.

En la esquina de Callao y Bartolomé Mitre, Noelia (28) da vuelta las hamburguesas que cocina en su plancha con el pañuelo verde colgando de la misma mano con la que manipula la espátula. Afirma que cada una es dueña de su propio cuerpo y dice: “Soy mamá de cuatro varones, así que estoy acá para pelear también por una sociedad más igualitaria para ellos”. Mientras le entrega un paty envuelto en una hoja de rollo de cocina a un cliente, dice: “Me toca laburar, pero estoy feliz de poder estar bancando acá”

AGUA BAJO EL PUENTE

Mucha agua corrió bajo el puente ¿Desde cuándo?

¿Desde que las mujeres no se resignan a una maternidad impuesta? ¿Desde que los hospitales imponen su moral al momento de atender a una mujer, cuando la sospechan de llegar con un aborto en curso? ¿Desde que en cada familia argentina se guardan en silencio historias de abortos clandestinos?

¿Desde que las organizaciones de mujeres impusieron este debate en la agenda a fuerza de décadas de comunicar y generar las herramientas de cuidado y el sostén que el Estado jamás brindó?

La verdad es que no es agua, es sangre la que corrió bajo el puente, y mucha. Eso es lo que está en juego realmente.

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