En diciembre los vecinos y vecinas del municipio podrán participar del nuevo ciclo de danza que…
Club de la Música: Anatomía de un territorio imposible
por Emmanuel Lorenzo
Cualquiera que haya leído a Alejandro Dolina sabe de esos rincones de realismo mágico que él se inventó para eternizar el barrio de Flores. Algo así como lo que hicieran, bajo tenores distintos, Dolores Reyes con Pablo Podesta y Juan Incardona con Villa Celina.
¿Pero qué sucedería si les dijera que nuestro partido también abriga una de esas trincheras destinadas a la mística? Porque El Club de la Música, como una bestia poliédrica sacada de una ancestral mitología conurbana, se rehúsa a ser enjaulado en un término. Tiene la geografía de un centro cultural, aunque también funciona como productora; su cocina y su jardín son la envidia de más de un bar y cuando la situación lo exige se transforma en una sala para presentaciones de libros y obras de teatro. Una suma de partes que definen al todo.
Este texto, que se excusa vanamente en desearle feliz cumpleaños, en verdad intenta descifrar cómo es que este hijo terco de la psicodelia conurbana insiste desde hace una década en ser marea colectiva en tiempos de individualismo. ¿Puede un espacio cultural desafiar la lógica feral del mercado? ¿Cómo sostiene su oficio frente a la disgregación societaria a la que nos conmina el presente?
Años atrás escribí un poema cuyo verso de clausura dice: El Conurbano es ahí / donde todo brilla un poco menos / pero parece más real. Quizás ésta sea la llave para comprender la identidad del Club: nada de él le escapa a la realidad, no hay afán de artificios en los lamparines que cuelgan a su entrada ni una falsa pretensión palermitana en sus precios. Su secreto no es el de la impostura, sino el de la memoria. Quien lo visita y lo recorre, quien se sumerge en él con humildad llega a comprenderlo. Su territorialidad de animal de barrio lo es todo, prácticamente una extensión de la calle. Habla una lengua mestiza, de César González pero también de Pedro Saborido. La de Rita Segato y Norita Cortiñas. Porque el Club no tiene partido pero sí convicciones. Nada de lo social le es ajeno. Y por eso, acaso sin proponérselo, se convirtió en un sol pagano, una suerte de astro a cuyo alrededor giran múltiples actividades culturales y es espejo para otros espacios comunitarios, como bibliotecas y cooperativas.
Vecinos, intendentes, poetas, diputados, humoristas y cantantes, todos cruzaron ya sus puertas. Y ninguno salió indiferente. Porque el Club de la Música sólo exige eso, un tributo sensible: llevarse con uno el testimonio de su resistencia. Y que tiempo después le cuentes a otro, como si le confiaras una leyenda, que en el noroeste del Conurbano respira una idea que gira a contramarcha del mundo. Una bestia under que hizo de su territorio un imaginario donde todo parece posible. Y al que todos están invitados.
Fotos por Leo González