Costumbres argentinas
Las conductas y rutinas han sufrido varias modificaciones, y hasta cambios rotundos, para cumplir con las normas del aislamiento social obligatorio. Los días se suceden y es difícil reconocerlos. El encierro provoca mucha incertidumbre. ¿Qué hacer ante convivencias forzadas o soledades inmensurables, ante la sobre estimulación de información, las carencias económicas, el hacinamiento y la angustia? ¿Qué se hace frente a lo imprevisible?

En la calle de los negocios hay colas en los pocos que abren: verdulerías, almacenes, supermercados chinos y panaderías, también en los cajeros. Más de un metro de distancia separa a las personas, aunque esto no impide que surja una charla, algún encuentro o comentario entre vecinos y conocidos. Los rostros muestran gestos tensos como si un olor a amoniaco lo impregnara todo y endureciera las facciones. ¿Sera la convivencia con la lavandina y el alcohol? Un policía reta a una mujer para que no pasee a su perro pero ella le dice que vive en la otra esquina. El policía insiste en que solo lo saque a la vereda o la llevará detenida.
El auto control se nota en cada movimiento, por sutil o pequeño que sea, para evitar incumplir con las normas de higiene dispuestas. Esa inyección de tensión quizá no deje ver bien a los ojos que buscan en las góndolas, mientras la mente hace cuentas para que el dinero alcance. ¿Cómo resolver la ecuación: lo que necesito, dividido lo que me alcanza, menos lo que queda?

Las noticias ya dicen lo mismo. Lo que fue una novedad ya es parte de nuestra vida cotidiana. Los canales de televisión dicen lo mismo que la radio, los portales de noticias lo mismo que los mensajes de Whatsapp y Facebook. En Instagram se ve lo que también se ve en Youtube. Se ve lo que no se ve: el virus es invisible, pero está en todos lados. Ya no hay más desayunos, almuerzos ni cenas en los restaurantes, bares y cafés. Se cancelaron las misas, los recitales, las marchas. Ya no hay encuentros con amigos, ni familiares, ni salidas nocturnas. No hay encuentros íntimos con personas que se conocen por alguna aplicación o red social, o que simplemente quedaron separadas al dictaminarse el aislamiento.
El contacto visual con los vecinos se hace a través de balcones, en algunos casos y en otros, apenas un cruce cuando la salida del perro o de las compras lo amerita. ¿Qué es lo que se derrumba? ¿Una forma de mirar el mundo? ¿Una manera de vivir? El enemigo es invisible pero está entre nosotros. Es nosotros. Ya no sabemos quién es quién. Se ven rostros tapados en un sinfín jeroglífico.
Las otras calles, las que no tienen negocios -y son la mayoría de las calles de los barrios de San Martín- dan la imagen del encierro. Una neblina brillosa cubre el vacío mientras el sol rebota en el asfalto y las veredas.
Infinita soledad

Rosa mira el cielo a través de la ventana, mientras está sentada en el sillón de su casa, en San Andrés. El gesto duro, con el seño fruncido, le marca la cara. El silencio es inmenso, parece más grande que la casa. Es la peor hora, está oscureciendo. Lo que empeora todo es que el televisor está roto, piensa Rosa, que tiene 70 años y esta regia de salud. No hace mucho perdió a su marido y por eso ahora vive sola. Desde que no sale de su casa, por el virus, deambula sin saber que hacer durante las horas del día, y de la noche.
Uno de los contactos con el mundo para Rosa es llamar a su hija, varias veces al día, inventando cualquier excusa y hacerle notar que vive sin mirar televisión. Pinta mandalas, les saca fotos y los manda. Se pone de mal humor porque no le quedan como ella quiere, pero siempre sonríe al mirarlos. Se da cuenta de cómo pasa el tiempo. Piensa en su vida, en los años que pasaron, en los días que fue feliz y compartió con Rolo, su amor. Rosa recuerda. Siente su vida pasar a través de sus recuerdos. Sonríe. Es feliz.

Cocinarse es el acontecimiento del día, pero hay veces que no tiene ganas de comer. Se prepara un mate y sus perritas la siguen hasta la cocina, caminando entre sus piernas. Tuvo días en los que se sintió mal, el corazón le latía fuerte y sintió que se iba a morir. Llamó desesperada a su nieta para pedirle auxilio. Cuando ella logró ir a verla, Rosa estaba bien. Quizá la falta de contacto físico cause sensaciones que solo alivia la presencia de un ser querido. Otras veces llamó acusando una enfermedad para conseguir una visita o un llamado. A veces era el pecho, otras, la mayoría, dolores de cabeza. Sus dos perritas siempre la acompañan cuando va de un lado a otro de la casa y la entretienen apaciguando la soledad.
Quedate en el barrio

Desde que China confirmó el primer caso en diciembre de 2019, el número de infectados de Coronavirus en todo el mundo superó el millón y medio de personas. Argentina ya superó los dos mil infectados en su territorio, que en su historia ya atravesó varias pandemias como la del Cólera, la Fiebre Amarilla, la Gripe Española y la Tuberculosis. También la Peste Bubónica, una de las más extensas de nuestra historia.
El virus fue detectado en Wuhan, donde viven 11 millones de personas, en un mercado de alimentos. En ese mercado se vendían animales salvajes de forma ilegal. El 3 de marzo se confirmó el primer caso de Coronavirus en Argentina. Un hombre que estuvo de viaje en la ciudad italiana de Milán en las semanas anteriores.
El 6 de marzo una mujer de 67 años fue internada en el hospital Thompson, de San Martín. Fue la primera paciente en la provincia de Buenos Aires en contraer el virus. La mujer mostró los primeros síntomas mientras estaba en la región italiana de Lombardía. El 7 de marzo un hombre de 64 años, que tenía antecedentes por varias enfermedades y viajó por Francia, falleció en un hospital de la ciudad de Buenos Aires y fue la primera muerte que se registró en América Latina. El 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud (OMS) definió como pandemia la enfermedad COVID-19.
El 19 de marzo, el presidente Alberto Fernández decretó la cuarentena total a nivel nacional para intentar frenar el avance de la pandemia. El 29 de marzo extendió el distanciamiento hasta el fin de semana santa, cosa que el viernes 10 de abril volvió a extender, luego de comprobar que el aislamiento fue efectivo y disminuyó la curva de contagios, hasta el 26 de abril inclusive.
El Coronavirus apareció en un momento muy difícil en Argentina, no solo económico sino también social. Esto hace que en algunos lugares sea difícil llevar adelante las medidas de aislamiento e higiene para la prevención de la pandemia.
Más de 4 millones de personas viven en los más de 4 mil barrios populares ubicados en todo el país, de acuerdo con el Registro Nacional de Barrios Populares publicado en 2018 por el Gobierno nacional. Según el informe, en el 89% de estos barrios vulnerables, la mayoría de los habitantes no accede formalmente a la red de agua corriente.

El conurbano tiene la mayor cantidad de pobres de la Argentina. Resguardarse en casa es muy importante, pero donde viven los más humildes, que no tienen las condiciones de la clase media, es imposible. En los barrios con calles de tierra y viviendas precarias la cosa es diferente. El consejo ahí no es quedarse en casa sino quedarse en el barrio. Realizar el aislamiento parece contraproducente en varias zonas de San Martín.
El asunto acapara toda nuestra atención y tensión. El virus cambió nuestras vidas muy rápido, en poco tiempo y de forma radical. Nos obligó a vivir encerrados. Pero no es lo mismo para todos y todas. Afecta de forma diferente según la clase social, el lugar en que se vive o si la persona se encuentra en situación de calle. No es lo mismo estar cumpliendo la cuarentena con un trabajo en blanco que con un trabajo informal o si el único ingreso proviene de las changas.
Los barrios son un mundo aparte. Más allá de lo difícil que es respetar la cuarentena para cualquiera, en algunos lugares de San Martín las casas son chicas y hay muchas situaciones familiares que dificultan la convivencia. Los vecinos salen a los pasillos o a la calle más cercana. No hay cola en el supermercado porque no hay plata para llenar la heladera. En algunos casos la única canilla de agua esta a varios metros de la casa y se comparte. El principal obstáculo para sostener el aislamiento es el hacinamiento, la falta de agua potable y muchas veces, la comida.
Casa es la calle

Los gritos de su padre la despiertan, otra vez. Siempre a los gritos. Se había recostado un rato para descansar antes de que la pasen a buscar. Lucia se levanta, ve a su madre preparando un mate y la saluda. A su padre ni lo mira cuando le dice:
-¡No te entra en la cabeza!, ¡idiota! No importa la edad, te puede matar igual y podes matar a otros, ¡enferma mental!
Lucia lo ignora, para ella no existe. No le habla. Su madre le da un mate. Lo toma de un tirón y se va. No aguanta el clima violento de su casa. No le queda otra que salir. Más que en su casa, Lucia vive en las calles del barrio Carcova. Hacer cuarentena para ella es quedarse allí, con los pibes y pibas con los que pasa el tiempo para no estar en su casa. Lucia piensa que esa es la mejor forma de cuidarse. Al salir, Lucia pasó por el pequeño espacio en el que hasta hace unos días funcionaba un pequeño almacén. Su madre lo abrió para poder tener un ingreso y no depender de las changas de su esposo. Pero tuvo que cerrarlo hasta nuevo aviso. No le sirve comprar mercadería porque no la puede vender. Los precios subieron demasiado y la situación económica del barrio es delicada. Las personas van a buscar comida a los comedores.
Pasan las amigas, le chiflan y Lucia sale. Ya está afuera. Es sábado a la noche y se sigue saliendo a la calle. Si alguien le preguntara, ella diría:
-Acá en el barrio es diferente. La calle puede más que cualquier enfermedad. Estoy con mis amigas y amigos, no me va a pasar nada.
Es sábado, su casa es el barrio, allí esta cuidada y protegida. Lucia sonríe, bebe un poco de cerveza, se relaja. Se siente inmortal.
Una realidad aparte

El ánimo durante la cuarentena, en algunos casos, es productivo en recomendaciones. Los mensajes llegan, a través de todos los medios digitales posibles, con sugerencias de: lecturas, músicas, recetas de comidas, clases de yoga, de entrenamiento, etc. Hay una estimulación constante y virtual. La idea es seguir, no parar. Seguir adentro como si estuvieras afuera. ¿Es posible? A puertas cerradas es una cosa y afuera es otra. Pero parece que hay mucho por hacer. Parece que hay que aprovechar el tiempo para hacer todo lo que quedó pendiente.
Aún no sabemos el impacto que tendrá el virus en el futuro de nuestra vida cotidiana. Quizá ya no seremos tan alegres en las plazas, en los parques, en las calles o yendo a comprar. Quizá debamos aprender a controlarnos y disciplinarnos a nosotros mismos y no sean ya el estado y la policía quienes lo hagan. Quizá estar seguros sea algo que solo podamos sentir en la realidad virtual.
Pasan los días, alborotados. Uno detrás del otro, rápidos. Confundiéndose. Habrá que soportar con ardor para construir la paciencia. Un cuerpo siempre sale afectado, marcado y cambiado por el paso de un nuevo virus.
Pero el tiempo parece hecho de otra sustancia. El tiempo parece lento, por momentos se estira como una goma, para después, de un momento a otro, pasar rápido, veloz. Lo que son 10 minutos en un contexto de tranquilidad pueden volverse cinco horas cuando uno está angustiado. Se trata de un tiempo subjetivo que no se puede medir con el reloj. Cada cosa que hay que hacer es una decisión. El tiempo es otro. Y está bien no ser productivo. Está bien no hacer nada si no hay nada que hacer. Un día en una hora y horas que parecen una vida.
Los días siguen y los números suben y seguirán subiendo, hasta un punto en el que finalmente bajarán y el Coronavirus formará parte de uno de los tantos virus estacionales que aparecen cada invierno, como el Influenza. Tal vez falte poco para el descubrimiento de la vacuna. Argentina está en la fase de contención, para evitar la propagación del COVID-19, difundir métodos de prevención, detectar casos sospechosos, asegurar su aislamiento, brindar atención adecuada a los pacientes y fortalecer medidas de investigación. Por ahora es un enemigo invisible que vive entre nosotros. Cuando salgamos de esta cuarentena muchas de las cosas que aprendimos seguirán, porque llegaron para quedarse. Seguirán en nuestras vidas, cada día, cambiándonos un poco.
Los hijos nos separan

La reja del portón se cerró automáticamente. Fernando entró furioso directo hacia la habitación. Abrió las puertas corredizas del placard y dio un golpe sobre la madera. Tuvo que mandar a sus dos hijos de vuelta a la casa de su madre porque su mujer no quiso que entren en la casa que comparten en Villa Ballester. Cada uno defiende lo suyo, el instinto animal los llevó a disputarse el territorio y la confianza. Patricia, su esposa, tiene problemas en los pulmones. Su hijo, Bruno, de 4, que no es fruto del matrimonio con Fernando, es asmático. Ambos son factores de riesgo. Fernando no podía más con sus nervios. No entraba en su cuerpo, daba saltos. Algunas prendas del estante volaron hacia la cama. Pantalones, dos camisas, calzoncillos, medias, un short. Luego agarró un bolso grande de cuero marrón y puso todo adentro. Estaba decidido, se iba de la casa. Cuando Fernando apareció listo, con su bolso, en el living, se sintió ridículo. Patricia miraba televisión recostada en un sillón de pana verde. Se paró frente a ella esperando la reacción que no tardó en llegar.
-¿Pero vos estás loco imbécil? ¿A dónde vas a ir? ¿No ves como estamos? Cortala por favor, tenía que hacerlo. ¿Hasta cuando vas a seguir con esto? Tengo que cuidarme y cuidar a mi hijo ¿No entendés?
-Claro y yo no puedo cuidar a mis hijos. No puedo verlos ¿quién te crees que sos? Me voy de acá, no quiero estar un segundo más con vos.
-Si siempre los cuidó tu ex mujer, basta, entendelo…
Claudia y Ricardo viven juntos desde hace poco. Se conocieron y fue un flechazo. Claudia, antes de divorciarse y conocer a Ricardo, tuvo 2 hijos con Fernando que ahora tienen 9 y 7 años. Ricardo desbordado por la situación de cuarentena con niños todo el tiempo, insistió para que pasen unos días con Fernando, así él y Claudia podían estar un poco más tranquilos. No los aguantaba más.
Claudia, que se encarga de los hijos que tuvo con Fernando, le pidió por teléfono si los podía cuidar dos días. Fernando le dijo que si a Claudia sin preguntarle nada a Patricia, la mujer con la que convive.
Durante tres días -el 12º, 13º y 14º de la cuarentena- Fernando y Patricia tuvieron un conflicto que puso en riesgo la pareja y los llevó al borde de la separación, cosa difícil en época de cuarentena, pero que casi sucede. En la mañana del 15º día de aislamiento intentaron acercarse. Los dos querían volver a sentirse compañeros en esta difícil situación que le toca vivir a toda la especie humana. Se buscaron con miradas tiernas y dulces. Se comprendieron y volvieron a abrazarse después de días. Prepararon un delicioso desayuno, repleto de productos que compraron a través de internet, en una gran cadena de supermercados. Todo volvió a la normalidad. Aunque sea otra normalidad.

