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Inundaciones en los pasillos de los olvidados

En Costa del Lago y 8 de Mayo viven unas 6 mil personas. Estos barrios son los que presentan el mayor déficit de urbanización en San Martín. Durante las lluvias del viernes 26 de mayo, cientos de familias sufrieron las consecuencias. Según los relevamientos de la Cruz Roja en la zona se producen alrededor de cinco inundaciones severas cada año, lo que representa la principal amenaza de desastres para esta comunidad. A pesar de que el Servicio Meteorológico Nacional emitió una alerta naranja con 48 horas de antelación, no se implementaron protocolos nacionales, ni existen protocolos gubernamentales a nivel local para prevenir lo que sucedió.

El agua corre entre los escombros. Al fondo vive Janet Álvarez con su mamá y su marido, que está en silla de ruedas. El pasillo ya es angosto y de tierra desnivelada como para salir con la silla. Ahora parece el cauce de un arroyo. “Cuando pasan los coches por la calle, hacen olas y me entra más agua. Llegó hasta acá”, dice y hace una seña con su mano hasta por encima de sus rodillas

Claudio Alarcón tiene unos cincuenta años y vive con su esposa, sus dos hijos y cinco nietos. Desde la lluvia de la semana anterior que tiene la casa inundada. Sin embargo, en la última tormenta del 26 de mayo, el agua subió hasta el colchón de la cama, en la pieza de su hijoAfuera de su casa tiene un pequeño patio que ahora parece una laguna. “Todo esto es pis” dice Claudio. Y cuenta que lo que primero pasa cuando llueve, es que se desbordan los pozos ciegos. El olor es nauseabundo, insoportable. Frente a ese mismo patio se encuentra la habitación de sus hijos y nietos.

Graciela Verón vive sobre la calle Los Olivos hace cinco años, donde también lleva adelante el comedor comunitario “Los piecitos”. Su casa está cincuenta centímetros  más arriba que las demás, por eso no le entró el agua. El resto de sus vecinos se inundaron todos. Hace más de 10 años que les pasa esto cada vez que llueve mucho. Para Graciela, la calle Los Olivos es la más olvidada. No tiene asfalto, tampoco cloacas. 

Con la promesa de que llegará el cemento, también llegan las preocupaciones. Las vecinas saben que el gobierno tiene que hacer la calle a un nivel inferior que el de las casas, porque sino, cuando llueve el agua termina dentro de las viviendas. Así fue cuando el municipio asfaltó la continuación de la calle Libertador: Las casas que quedaron a un nivel más bajo que la calle, se inundaron completamente.

La última boca de tormenta de la calle Libertador está abierta y tiene un caño naranja que se mete adentro del pasillo donde el agua llega hasta las rodillas. Ahí viven catorce familias con más de veinte niños y niñas. La bomba está parada, montada arriba de una bolsa de arena. Otro caño sale del aparato y se pierde en la profundidad oscura del agua. Estuvo funcionando desde el viernes a las ocho de la mañana cuando dejó de llover, hasta las diez de la noche de ese día. 

Esteban Cháves y Gabriel Regini son trabajadores de la Cooperativa 9 de julio y también viven en ese pasillo. Fueron quienes pusieron a disposición la bomba de agua que usan en las obras que realizan en otra parte del barrio. Gabriel tiene 25 años, dos hijos y su esposa está embarazada. Fue uno de los vecinos más damnificados por la inundación. Se compró una heladera hace un mes y la perdió por el agua. También se le arruinaron todos los colchones, la ropa y juguetes de sus hijos. 

Aunque Esteban tenía botas de lluvia por su trabajo, el agua llegó mas arriba y con el caer de la noche el frio le hace doler los dedos de los pies. Apaga un  cigarrillo, saca un paquete nuevo y prende otro. Corre la cortina que divide una pieza de la otra y señala una pila de colchones mojados. En lo más alto hay dos nuevos envueltos en plástico que le entregó la municipalidad. Su cuñado tiene un bebe de dos semanas y tuvieron que mudarse a Lanzone mientras siguen intentando bajar el agua con la bomba. “Lo material va y viene, aunque cuesta…”, dice mirando el agua amarronada sobre piso cerámico de la cocina.

Julio Ramos tiene cincuenta y tres años y vive con su esposa y sus tres hijos. Perdió también la heladera y toda la ropa. Algunas cosas pudo levantar pero otras no. “Defensa civil llegó ayer con dos bombitas eléctricas, de esas que se usan para las piletas ¿viste?, dice y se agarra la cabeza. “¿Como vas a enchufar una bomba eléctrica en el medio del agua, estas loco?”. Vive hace once años en ese pasillo. No es la primera vez que se inunda, pero esta vez fue la peor.

Trabajadores de la cooperativa 9 de julio utilizaron sus herramientas de trabajo para drenar el agua.

“Acá nosotros somos el pasillo de los olvidados, pagamos la luz, el agua y dicen que tenemos cloacas pero no tenemos. Llegaron con la boca de tormenta hasta allá.” Y señala hacia las afueras del pasillo. Julio Ramos bosteza dos veces seguidas, se refriega los ojos.

En el medio del pasillo vive Cintia Barreiro, asegura que su casa es la que se inunda primero. Tiene tres hijas una de seis, una de cinco y la que tiene en brazos, de dos años. Su casa se inunda siempre, por eso tuvo que rehacer el piso. Esta vez se le arruinó la heladera. Durante estos días tuvo que llevar a sus dos hijas más grandes a vivir con su hermana a José C Paz. Cuenta que desde el municipio le acercaron un colchón y una bolsa de mercadería pero se pregunta, “¿qué hago ahora con eso si sigo llena de agua?”. 

Por Delfina Pedelacq, Facundo Nívolo y Lais Giovaninni

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