La capilla Nuestra Señora del Rosario está ubicada en Costa Esperanza, uno de los barrios periféricos…
La hermandad Sbarra
Antes del homenaje realizado en San Martín a José Sbarra, Pipi Sbarra, hermana del escritor, recibió a Zorzal Diario en su casa de Ciudadela. En un diálogo extenso con la heredera literaria del poeta atravesamos su literatura, que vuelve a las librerías de a poco, libro a libro, gracias al trabajo de sus cuatro sobrinas. Fundaron una editorial para cumplir el deseo de su madre, que es el deseo de su tío: ver la obra completa editada tal cual él la dejó, por primera vez, a casi treinta años de su muerte. Repasamos vida y obra del escritor, del niño de barrio al mito del under porteño de los ´80.
Desde chico, y hasta el final de su vida, Pipi recuerda a José vincularse de una manera distinta con el mundo: “Creo que lo tenía adentro, porque él era de acá, de un barrio, pero siempre fue distinto. Él veía todas las cosas de otra manera. Tenía doce años y era un pibe que se sentaba en el escalón de la calle a escuchar música. Ningún pibe iba a la calle a escuchar música con una radio portátil en esa época. Después cuando empezó la secundaria, le explotó la cabeza. Empezó a leer libros y a partir de ahí no dejaba de escribir, tendría quince años y siempre andaba con libros”.
“Se iba al centro y conseguía todo lo que era gratis y se veía todas las obras, se revolvía todas las librerías, porque antes la calle Corrientes era una maravilla, tenías librerías abiertas las veinticuatro horas, pero una al lado de la otra. Buscabas y encontrabas cosas espectaculares y él siempre se venía con los libritos abajo del brazo. La verdad que siempre fue así su vida. Él me dijo: ‘Mi vida es escribir y voy a morir cuando no pueda escribir más’, y fue así”.
Durante su adolescencia, José iba al Ateneo Popular de Versalles (APV), cruzaba la General Paz casi todos los días para acceder a un lugar donde se fomentaban las actividades culturales y deportivas. Pipi aclara que se vinculó no solo con la escritura sino con todo tipo de arte: “Hizo tantas actividades que entró en la Dirección de Cultura del Ateneo, entonces se le ocurrió hacer las Olimpiadas todos los meses de enero. Se hacían grupos y se competía en canto, teatro, poesía y después había natación, básquet, había que incorporar deportes porque era un club. Movilizó todo Versalles era un acontecimiento impresionante”.



“Siempre fue para el lado de la cultura hasta en las pequeñas cosas”, Pipi se detiene un momento ante la intromisión de un recuerdo y sigue: “Nosotros teníamos a Eurídice, un gato siamés. No nos habían dicho que había que castrarlo, entonces el gato en época de celo se nos escapaba, era desesperante. Un día vengo del colegio y Eurídice no estaba. Se llamaba así porque el perro era Orfeo, esos son nombres de él, por ejemplo. Me levanto a la mañana, salgo de mi pieza y en la pared de living veo una pintura al óleo: un gato siamés con una gota de sangre que le cae en el ojo y un charco abajo. Se había muerto el gato, lo había aplastado un auto. No me dijo: ‘al gato lo reventó un auto’, vi el cuadro y ya me di cuenta lo que había pasado. Aparte no sabes cómo pintaba, decí que mi mamá tiró todo. Era muy versátil”.
Para dar otro ejemplo de su hermano, Pipi cuenta otra situación: “Cuando nos pusieron el teléfono, en el lugarcito del disco estaba el número, el nuestro no, puso la Gioconda. Le salía natural no era una cosa que la pensara. Siempre contaba que cuando él venía de la primaria caminando se imaginaba que la casa se estaba incendiando, que morían todos los de la familia y que la gente lo miraba como diciendo pobrecito, se quedó solo. Tendría diez, once años cuando pensaba eso”.
Un vínculo del espanto
La vida de los hermanos Caputo (apellido de ambos antes de adoptar el Sbarra de su abuela paterna) no fue fácil en su niñez: “Mi papá era re bueno pero no estaba nunca. Gracias a él mi mamá no nos mató a palos. Trabajaba, pero le gustaba jugar. Tenía una fábrica de empajado de damajuanas de mimbre. Antes era todo mimbre, pero se fundió con el plástico. Entonces empezó a trabajar en los remates, se iba todo el día y después pasaba por el club”.
Cuando nació José, el 12 de julio, lo anotó el 15 porque se fue a jugar al truco a festejar y cuando se acordó de ir tuvo que anotarlo el día que fue. Pero a pesar de tener el defecto de ser jugador, “era lo más alegre que teníamos, mi mamá era un sargento. Había sido muy pobre, lo conoció a papá, que era más rico y se casó. Pero le salió mal porque mi papá tenía guita pero se la jugaba. Y mi vieja quería una casa linda y quería todo lo que no había tenido, pero a nosotros nos tenía cagando. Tenías que hacer lo que ella decía. Rompías un vaso y la ligabas, tenías que valorar todo porque ella no lo había tenido. Mi hermana era la mayor y tenía que ser perfecta, sí o sí, después vino el varón, tenía que ser varón. Y después nací yo y le rompí las pelotas. Nosotros dos nos aliamos. Hicimos un vínculo del espanto, nos fuimos alejando de ellos y fuimos haciendo nuestro mundito. Creo que por eso fue la relación que tuvimos, José me defendía siempre, yo me salvaba de todo porque me defendía, mi vieja era muy cruel”.
Cuando Pipi era adolescente quería ir a los cumpleaños de quince de sus compañeras. Su madre le dijo que no la iba a llevar a ningún lado porque eso ya lo había hecho con su hermana mayor y que además la había tenido porque hacía un mes se había hecho un aborto y no se podía hacer otro. Ante la crudeza de su madre apareció José: “Me sacó de ahí, me habló y me recontra dio ánimo porque era para pegarme un tiro. Entonces esas cosas nos unieron a nosotros”, revela Pipi con una sonrisa en su rostro.
Oro para Obsesión
Cuando a la noche todos se iban a dormir, los hermanos Sbarra se quedaban despiertos. Por ese entonces José escribía Obsesión de vivir, su primer libro. Pipi recuerda que se quedaban en el living: “José escuchaba música y escribía. Me hacía escuchar Violeta Parra, Mercedes Sosa, traía clásicos. Una vez trajo un Long Play de Gasalla y Persiavale, de un café concert, contaban chistes. Le afanábamos los cigarrillos a mi papá y fumábamos en la ventana mientras escuchábamos”.
Una vez terminado el libro, y ante la negativa de varias editoriales, José decidió publicarlo por su propia cuenta. Lo había mandado a imprimir y le faltaba el dinero para sacarlo de la imprenta. Esta vez fue Pipi la que le brindó ayuda a su hermano: “En esa época cumplías quince y te regalaban oro: cadenita, pulserita, anillito, todo de oro. Tenía una cajita llena y le dije: ‘vendelo y saca el libro’. No lo iba a usar, lo tenía ahí y no me gustaba. Le dije: ‘hacelo mientras no se entere mamá’. Va, vende el oro, saca el libro y se entera mi vieja. A él le rompió un palo de secador en la espalda y a mí me corrió con el plumero que por suerte era más finito”.

Cuando José saca el libro fue el quiebre definitivo con su familia. No solo porque cuando llegó el libro fue una decepción, sino porque habla de la pobreza de su madre. Eso no cayó bien. “Desde que pasó eso con Obsesión de vivir, José ya se desilusionó con la familia y entonces planteó que era homosexual. Hasta ese momento no había dicho nada. Él toda la vida lo supo. Ahí es que se fue. El ambiente era distinto en casa, no estaba cómodo. Yo no lo sabía ni sospechaba nada, me enteré cuando me dijo mi mamá y después cuando él me llamó que tuvimos una reunión. El tema de mi mamá no era que a ella le molestara, sino lo que dirían los demás, tenerlo tapado por la gente, y a José le reventaba eso, entonces ahí se fue a compartir un departamento con un chico y nunca más volvió”.
Vivir, la única certidumbre
Pipi abre su carpeta donde guarda los recortes de prensa de todo lo que hizo su hermano. Va pasando las páginas y se ven todos los lugares en los que José colaboró: notas para la revista Billiken, Playboy y Perfil. Guiones de televisión para los programas de Canela, Héctor Larrea, Hiperhumor y Carlos Perciavalle. Fue el primer autor de un libro de auto-ayuda para chicos, Socorro, nadie me quiere, junto a otros títulos como: Andy, el paseador de perros, No enciendas la luz, El beso del vampiro, y Cielito. Coordinó muchísimos talleres literarios. Fue el creador del Circo de Poesía. También escribió teatro, como la obra Víctimas del amor, donde se peleó con Pepito Cibrián porque la obra la había escrito José y cuando la tenían que ir a registrar le robó la autoría: “Nunca más fueron amigos”, agrega Pipi. En otra página aparece el programa de otra obra: ¿Sabes quién se murió?, que trataba del sida cuando nadie hablaba del tema, ni lo abordaba de la manera en que José lo hizo. “Al estreno fue Indra Devi, porque hablaba sobre la vida natural, la tengo grabada, hay que transcribirla del video. Es la única forma”, revela Pipi sobre esta obra desconocida de su hermano.
“Antes de estar mal, José escribía y me daba los escritos para que yo los guardara, porque tenía miedo que mi mamá se los rompiera. Tenía una agenda que tenía dos millones de frases, siempre escribía y después se sentaba en la maquina y desarrollaba”, aclara Pipi, dejando ver la confianza que tuvieron hasta el final.



“La máquina la tengo yo, me la dejó”, interviene Carolina, la sobrina mayor de José, con orgullo. Es ella quien lleva adelante, junto a sus tres hermanas, la editorial que está publicando todos sus libros. “El escribía rapidísimo, con todos los dedos, era increíble. Un día me enseñó a limpiarla. La desarmamos integra, parte por parte, le pusimos la tinta y me dice: ‘Ahora hay que hacerla funcionar’. Tenia una frase que era para usar casi todas las letras. La repetía a una velocidad tremenda mientras me hablaba de otra cosa y seguía escribiendo la misma frase. Yo miraba y pensaba: ‘no puede escribir bien, está escribiendo cualquiera’. Para mí él no estaba escribiendo nada, y mientras me explicaba que así la máquina se estaba aceitando, no paraba de escribir. Cuando saca la hoja decía exactamente la misma frase repetida en toda la hoja”.
El lamento de un sobreviviente
Algo hay en la temprana compresión de José de la tristeza, que explica gran parte de su obra, como en ese primer libro donde escribe sobre la historia de su madre y la pobreza, donde refleja una tristeza que en el fondo es propia y es la misma. Pipi lo aclara citando un fragmento del inicio de Obsesión de vivir: “¿Habrá algún sitio para los solitarios, para los que no compusimos sinfonías, para los que no supimos hacer estallar en colores nuestra tristeza?… Entiendo que él, saberse que es homosexual y que va a ser rechazado, sentirse solo… Creo que se planteó toda su vida qué iba a pasar con él. Porque en esa época era muy fuerte ser homosexual”.
Durante la ultima dictadura militar argentina, como José escribia en algunas revistas anarquistas, además de su clandestina militancia por los derechos LGTB, figuraba en las listas de personas que los militares buscaban. José lo sabía y trataba de cuidarse. Una noche, la pareja que vivia en el depatamento al lado del suyo le pidió si podía cuidar a su hijo porque iban a salir. José aceptó y mientras estaba allí escuchó como los militares reventaban su departamento. Ahí entendió que su vida pendía de un hilo. Llamó a su hermana y su cuñado Ruben fue a buscarlo. Estuvieron horas dando vueltas por la calle, yendo a diferentes lugares de amigos y conocidos donde José pudo reunir el dinero suficiente para pagarse un pasaje a España y huir inmediatamente. Pudo salir del país sin ser descubierto gracias a que a diferencia del Sbarra que figuraba en sus notas, en su documento decía Caputo, su apellido paterno. Ahí comenzó un exilio que lo tendría varios años alejado del país.



A su vuelta, José encontró el clima de la primavera democrática, la explosión expresiva del under de Buenos Aires y siguió con sus proyectos de escritura y sus obras de teatro. Luego llegó la edición de Plástico cruel y Marc, la sucia rata, sus libros más populares dentro del under de los años ochenta, que le propiciaron una especie de fama y culto dentro del ambiente de la contracultura. A pesar del reconocimiento José vive un momento de mucha marginalidad, donde pareciera que lo único que quiere es destruirse.
Fue justo después de volver de Rusia, donde Sbarra viaja para encontrarse con los productores que harán la adaptación de su libro Marc, la sucia rata para el cine. Acepta darles los derechos con la condición de poder participar del film. Le pide a Gustavo, su pareja, que lo acompañe, pero no quiere. José se va a Rusia pensando que Gustavo lo estaba engañando y que lo iba a dejar. Por eso le hace el Informe sobre Moscú. En realidad, Gustavo no viaja porque sabe que tiene sida, pero no se lo dice. Cuando José se fue, Gustavo ya estaba mal de salud, sabía que se lo había transmitido a José, pero no quiso enfrentar esa situación en ese momento, no quiso viajar porque no se sentía del todo bien de salud. José estaba bien, la enfermedad se despertaría después”.
Pterodáctilos
Cuando José vuelve de Moscú, Gustavo ya no está. No lo encuentra por ninguna parte. Estaba internado. Los padres lo habían llevado a Necochea porque eran de allá. José lo conoció en el micro un verano cuando fueron de vacaciones con su hermana, su cuñado y sus sobrinas. Cuando por fin se entera, al llegar de Moscú, viaja a verlo. Estaba en terapia intensiva. La madre le prohibió la entrada. José se quedó igual por ahí, dando vueltas. Se encontró con un enfermero, que era gay, trabajaba en terapia intensiva y que le preguntó: ‘¿Vos sos José?’ ‘Si’. ‘Quédate’, le dice el enfermero, ‘que yo a la noche te voy a dejar entrar, porque por el único que pregunta es por vos’. Entonces José se quedaba escondido y a la noche lo dejaban ver a Gustavo. La madre nunca se enteró. Cuando falleció tampoco pudo ir: la madre de Gustavo no lo permitió.
“José me pidió que tirara sus cenizas ahí en la escollera de Necochea, donde iban con Gustavo, caminaban por la playa y terminaban siempre en la escollera. Las de Gustavo también están ahí. La madre al principio me llamó enojadísima pidiéndome los cuadros de Gustavo, yo no los tenía. Gustavo pintaba y quería toda la obra de su hijo, me trató re mal. Con el tiempo, José ya había muerto, ocho años después de la muerte de Gustavo, me vuelve a llamar. Me pide disculpas y me dice: ‘¿vos qué hiciste con el cuerpo de José?’. Le conté que lo incineramos y lo llevamos a la escollera de Necochea que era donde pasaron lindos momentos juntos. Entonces ella me dijo: “Voy a ir a tirar las cenizas también ahí”.

José Sbarra escribió Los Pterodáctilos poco antes de morir. En la historia estos reptiles voladores vuelan y viajan juntos siempre. Cuando uno muere, el otro sigue dando vueltas hasta que cae en el mismo lugar donde murió el otro. Como los pterodáctilos las cenizas de José y Gustavo quedaron en el mismo lugar.
Antes del fin
Luego de la muerte de Gustavo, José quiso irse también. Estuvo días drogándose hasta que decidió suicidarse con un arma que tenía. Escribió una carta despidiéndose de sus seres queridos que su hermana aún conserva: “La trajo porque el día que se fue a matar no se mató. La tenía en la mochilita que era de Marilina”. Con el corazón destruido y su salud en la cuerda floja José pidió ayuda a Pipi y ella lo cuidó como él la había cuidado. Con el amor como el ingrediente mágico de sus días empezó un nuevo capítulo en la historia de los hermanos Sbarra.
Primero tenía que desaparecer de San Telmo, porque “levanto un adoquín y hay droga”, le explicó a su hermana. Para que nadie supiera de la desintoxicación secreta que pensaban llevar adelante, ni donde encontrarlo, escribió una carta desde un supuesto centro de rehabilitación en Córdoba y la mandó para que corra la bola entre alguna gente, diciendo que no lo dejaban comunicarse con nadie. Si bien Pipi cuenta lo duro que fueron los primeros tiempos, por la abstinencia, lograron combatir los efectos y después dedicarse al sida. José se interesó por la medicina natural y se pusieron a estudiar naturismo, lo que no les fue fácil, en esa época no existía internet, pero pronto pudieron levantar las defensas de su cuerpo con una alimentación vegetariana y un cambio total en su rutina. En ese momento le cambió la vida.



Pipi recuerda que pudieron sobrellevar esos años con mucho amor. Sabían que se estaban despidiendo y afloró en ellos la misma complicidad que tenían cuando eran chicos. Aunque la enfermedad avanzaba pudieron vivir momentos muy fraternales donde la hermandad se hizo indestructible. Pipi y su familia lo ayudaron a terminar sus últimas obras: “Él escribía, mis hijas le pasaban los escritos y yo los llevaba a editoriales; lo ayudaba con el Circo. Así pudo terminar Bang Bang, Socorro Nadie me quiere y El mal amor. Lo único que José no podía hacer en el último tiempo era caminar, por el kaposi. Ahí dijo que si ya no podía escribir entonces no quería vivir más. En veintiocho días murió, hasta decidió cuándo quiso morir”. Lo último que José Sbarra pudo escribir a máquina, en una hoja suelta fue: “Estoy pensando que puedo hacer para que, en nuestras vidas, haya menos tristeza y más alegría”.
Antes de irse José le comunicó a su hermana que su tarea seria seguir resguardando su obra para el futuro, ya que él preveía que faltaban años para que pudiera ser comprendida y reconocida. Pipi confiesa que le dijo: “Vas a ver que después van a hablar de mí, llenarán su orgullo con mi ausencia, diciendo que me conocieron, que alguna vez comieron conmigo o cogieron o escucharon algún poema mío. Lo van a hacer después, sé que lo van a hacer”.