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“La poesía me salvó la vida”
Con un libro de narrativa y otro de poesía en su haber, Martín Bustamente transita sus últimos dos años preso mientras sigue cursando la carrera de sociología adentro de la cárcel. El “Negro Martín” ahora usa la escritura como antes usaba las armas y eso se ve claro en su segundo libro, “Agua quemada”, un poemario sorprendente, donde a través de la poesía expresa el tiempo que le toca vivir.
“Me meto en un mundo interior, creo que está el esfuerzo del hombre por su existencia, por su identidad. El hombre existe por la mirada del otro, en la mirada del otro. Hablen bien o mal de mí, no importa. El tema es que hablen. Puteame si querés, pero si vos me puteas existo. Lo escribí en los talleres y en mi celda. Habla mucho del encierro porque uno estaba viviendo eso. Hoy mi poesía es otra. Uno va escribiendo de acuerdo a la temporalidad que va viviendo. Es tiempo, eso es un poeta”, cuenta.
Los dos libros fueron fruto de los talleres de poesía y narración que realizó en el Centro Universitario San Martín (CUSAM), instalado en la unidad Nº 48 del Servicio Penitenciario Bonaerense, ubicada sobre los basurales de Suárez, adentro del predio del CEAMSE. Luego de algunos años como profesor adjunto, hoy está a cargo del taller de poesía dentro de la unidad carcelaria y ya tiene terminado su tercer libro, para publicarlo en 2019.
“Yo no pude elegir, me fui por el tubo de la marginalidad que te lleva directo a la cárcel o al cementerio. Sí tenemos las herramientas, no vamos a seguir poblando las cárceles y cementerios con nuestra sangre”, afirma Martín, que hace cinco años tiene libertad transitoria. “Yo ahora empecé a decir ‘yo erré, yo me equivoqué’, pero yo no tenía mucho para elegir. No tenía herramientas. Lo único que te puede dar herramientas para elegir es la educación. El tren no pasa sólo una vez, pasa cada cinco minutos. Pero hay que tener el lente de la educación para ver la oportunidad.”
En algunas de sus salidas ha presentado sus libros por varios sitios, incluidas la Biblioteca Nacional y la Biblioteca Popular La Carcova. En este barrio, donde vivió buena parte de su vida en libertad, lo acompañó el premio nobel sudafricano, John Maxell Coetzee. “Hoy está todo poblado, pero hace cincuenta años atrás íbamos a cazar ranas y pájaros. Yo viví, me crié y mamé la delincuencia. Para tener éxito en mi barrio, vos tenías que ser futbolista, boxeador o delincuente. Había sólo dos manzanas, era todo un bañado.”
Un libro es libertad
Algo particular de los relatos del libro “El personaje de mi barrio” son los comienzos, dan esa sensación que dan las fabulas o las historias narradas oralmente, abriendo el relato con oraciones que ubican en espacio y tiempo. Esto se lo agradece a su gran maestro de cuentos, José Luis Gallego, conocido como “El Mono Cuentero”.
Antes de que la literatura se convirtiera en su nuevo lenguaje, “El Negro” tuvo que aprender a sobrevivir dentro del infierno en el que se hallaba sumergido: “Yo jamás en mi vida pensé que iba a vivir hasta los cincuenta años, yo pensé que me iba a morir antes. ‘Cualquier día voy y no vuelvo’, pensaba. La plata choreada no es fácil, un carpintero puede perder un dedo, vos perdés la vida.”
La historia de su primer libro publicado a Martín lo llena orgullo y admiración hacia su mentor: “Cuando faltaban dos meses para mi primera salida con transitoria, Gallego agarró todos los cuentos, los hizo corregir y me dijo que los iba a registrar a nombre mío, para publicar. A mí no me interesaba, yo lo que quería era salir, irme a la mierda. Esa era mi idea, no volver más.”
El día que Martín estaba a punto de pisar la calle por primera vez en nueve años, Gallego lo sorprendió: “Puso la plata para imprimir 50 libritos, de forma independiente, hechos en una imprenta y me dijo: ‘Ahora podes elegir’. Me mató. Obviamente me llevé los libros, para venderlos en primera instancia, pero era más el reconocimiento de mi familia que otra cosa. Algo terapéutico, por decirlo así.” El desenlace fue muy distinto a lo que el propio autor imaginaba, ya que una vez afuera decidió volver y así lo sigue haciendo cada vez que sale: “Hace cinco años y medio que voy y vengo, de los catorce años que llevo preso ininterrumpidamente. Todavía me quedan dos años más.”
Martin confiesa que muchas veces le quisieron hacer notas pero él no quería porque no sabía cómo iba a reaccionar ante las preguntas: “Hoy sí me animo. No te voy a mentir, pero sí voy a manejar los tiempos y los vocabularios a favor mío. Haceme a una nota a mí, no escribas vos. Deja salir mi voz”.
Eso es algo que se ve en su primer libro de cuentos: él hace uso de su propia voz para contar: “Usé el narrador en primera persona, pero eso no quiere decir que todas las historias me pasaron a mí, a Martín. Me es mucho más cómodo, y genera una lectura más fluida, saber una historia tuya y meterme en tu piel. La magia de la literatura hace el resto. Trato de escribir como hablo.”
Este despertar literario dio un gran entusiasmo a Bustamante que no pudo dejar de escribir, y se sumergió en la poesía de la mano de su gran maestra, la escritora y filósofa Cristina Domenech. El Negro descubrió que había llegado hasta sus manos la llave que lo acercaría a la libertad. “Es muy difícil la poesía. En ‘El personaje…’ escribí historias y acá había que empezar a jugar con las metáforas. Descubro la metáfora con Cristina, mi maestra, ella me ‘hace ver’. Estuve un año peleándome con ella. No me dejaba enseñar y no quería aprender, decía: ‘¿Que me va a enseñar esta mujer?’. Al año dije: ‘Voy a seguir con esto’, porque me interesaba escribir”.
El libro “Agua quemada” tiene varios epígrafes que anteceden a algunos poemas. El último del libro, es una cita de Neruda que lo inspiro junto a Cristina Domenech para escribir esos versos que él se emociona en recordar: “Ella me hizo sacar eso: ‘Todo llega a la tinta de la muerte’. Eso éramos nosotros, el grupo de compañeros. Ahí están los pibes del CUSAM. Es la expresión de todos los pibes que están buscando un lugar, una palabra. Vos agarras un fierro para que te vean, vos necesitas identidad: tu plata, tus zapatillas, tu chica, tu auto, todo lo que te muestra la televisión que vos no tenés. Todo lo que pasa ahí, vos no lo podes tener pero querés tenerlo, igual que todos los demás. Buscas un reconocimiento en todo eso que te muestran, que te dicen que es para vos”.
El que roba a un ladrón
El camino que lo llevo a Martín Bustamante a alejarse definitivamente de la delincuencia fue arduo, y le llevo años construir un terreno fértil donde poder caminar tranquilo, en una sociedad que estigmatiza y no comprende: “Fue duro dejar el delito porque yo tenía un nombre, dejar de ser lo que soy, un chorro reconocido por todo el ambiente, porque acá en Buenos Aires me conoce todo el mundo. Yo soy ‘el Negro Martín’. ¿Dejar esto para ser qué? Estaban los libros, entonces empecé. Cuando salía iba a ver a mis amigos y les decía: ‘Comprame un libro’, y me contestaban: ‘No para que quiero Negro esto’, ‘Bueno entonces prestame 200 mangos. No me querés comprar el libro prestame. El libro se lo regalas a alguien.’ Así arranqué a vender mi libro, hace cinco años.”
Desde que Martín entró en la unidad 48 hasta que salió por primera vez el mundo fue cambiando, al mismo tiempo, cambió su percepción del mundo: “Yo cuando salí de la cárcel, volvía y les decía a los pibes: ‘Están todos locos se chocan, no se miran. La gente va caminando con la cabeza agachada, pensando cómo va a hacer para darle de comer a los hijos con los 400 pesos que tienen en los bolsillos. No se aguantan la vida”.
El presente lo encuentra a Martín afianzado en su tarea como docente y como escritor, da charlas cuando puede contando su experiencia e intenta abrirse paso sin más armas en la mano que la pluma y la palabra: “Cuando uno descubre la palabra y empieza a utilizarla todo cambia. La poesía son palabras incoherentes que en algún momento cobran sentido… a mí me salvo la vida. Ahora estoy dando un taller de poesía en la cárcel contratado por el CUSAM, Cristina dejó su contrato y yo entré en su lugar. La universidad aceptó eso, este hecho es muy importante. Empecé a ver otra cosa. Tengo el mismo lenguaje que los pibes. Soy un tipo reconocido dentro del ambiente. Uso mi lenguaje, que poco a poco se va puliendo y el otro lo vas olvidando, aunque trato de no usar el lenguaje académico”.
Fotos: Evelyn Schonfeld.