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La virgen de las curaciones
Dos ancianas, tomadas del brazo, avanzan sosteniéndose mutuamente y una de ellas (la de pollera verde y pupilas pequeñas) además es ayudada por un bastón. El sol hoy no hace tanto daño, pero sí un viento constante que les retrasa el paso. Igual avanzan. Van hacia la gruta de Lourdes, en Santos Lugares, donde como todos los 11 de febrero se celebra la fiesta en honor a la “madre de todos”.

El mismo día, en 1858, “la virgen de los mas desdichados”, la “Patrona de los enfermos”, hizo la primera de sus apariciones ante los ojos de Bernadette Soubirous (Santa Bernardita) en la gruta de Massabielle, a orillas del río Gave de Pau, en las afueras de la población de Lourdes en Francia. Fueron 18 las apariciones de la virgen ante Bernardita en cinco meses, con milagros de por medio como la cura del ojo ciego de un obrero y el volver a darle movilidad a las piernas de un niño invalido. Ambos ocurrieron al ser mojados con agua de la piedra de la gruta, que la misma virgen hizo brotar.
El santuario de Nuestra Señora de Lourdes, en Santos Lugares, en la diócesis bonaerense de San Martín, es una réplica del de Francia y fue el escenario de la gran fiesta en honor de la virgen. Una multitud acudió a su templo para honrarla. Con misas a cada hora desde las seis de la mañana, las campanadas de la iglesia marcaban el ritmo de la eucaristía. Se destacaron por su mayor concurrencia las misas a las mujeres embarazadas y a las que buscan ser madres, por los trabajadores y desocupados, y por los matrimonios y novios.
Por la tarde también tuvo lugar la bendición de los enfermos en la gruta, llegando a uno de los momentos más emotivos de la jornada y con gran afluente de fieles en la mayoría de los casos con algunas dolencias notorias, físicas y mentales, o problemas de movilidad. María Teresa de Palermo cuenta que su “fe hacia la virgen es grandísima”, y que se acercó para “pedir por la salud, por todo esto –dice y muestra una dentadura muy deteriorada-, para que me de fuerza para sacarme todo esto”. Graciela, que viene desde Palomar, confiesa que ella viene siempre con su marido, con su hijo, y que agradece: “Porque la virgen me ayudo mucho, yo tenía el cáncer y ella me ayudo a curarme. Ella me dio la fuerza para resistir la quimioterapia y poder afrontar la situación, sin ella no hubiera podido por eso le estoy muy agradecida y siempre venimos”.
El clima acompañó con un sol radiante y una brisa fresca que por momentos era un viento potente que levantaba la polvareda. Desde varias cuadras, antes y después de la basílica, las calles se encontraban cortadas por personal de seguridad tanto municipal como bonaerense y federal. Las veredas estaban cubiertas de puesteros vendiendo no sólo velas, estampitas, medallitas, botellitas para cargar el agua bendita y estatuillas católicas, sino también ropa, comida, juguetes, artesanías, adornos, etc. También los comercios de la zona aprovecharon las fiestas patronales para abrir el domingo e invitar a los peregrinos con sus artículos y comidas, hasta un payaso en el medio de la calle daba globos a los niños a cambio de algunas monedas.
En un ambiente familiar y de gran tranquilidad aunque en constante movimiento, se realizó, a las siete de la tarde, la solemne concelebración en honor de la Patrona de la diócesis presidida por el obispo de San Martín monseñor Guillermo Rodríguez-Melgarejo con la presencia de los intendentes de los partidos de San Martín y Tres de Febrero, que conforman el territorio diocesano. En el templo los peregrinos escucharon con atención la liturgia, y podía verse a varias generaciones unidas por la devoción a la “virgencita” de Lourdes. En sintonía con el lema de la fiesta “Junto a los jóvenes ofrezcamos a María nuestra vocación cristiana” se vio a varios niños junto con abuelos cumpliendo con el rito de llevarle la velita encendida hacia el costado izquierdo de la gruta al aire libre destinado para eso, familias enteras haciendo la cola para llenar sus botellitas o bidones con el “agua bendita” de las canillas en la parte lateral del templo inferior. También había jóvenes del barrio y los alrededores como Noelia y Javier que se acercaban: “a ver qué onda, como hay tanta gente hoy en el barrio… y si, a la virgencita también”.
Los creyentes acuden al templo no sólo a pedir sino también para agradecer a la “Santa madre” el haber escuchado sus súplicas. Rosa, la anciana de pollera verde y pupilas pequeñas, que apenas asomaba la cara del pañuelo que llevaba atado y que le cubría toda la cabeza, cuenta que viene a “agradecer porque la virgen siempre me da favores”, pero su historia con la virgen va un poco mas allá de las historias que pueden escucharse por parte de otros fieles. Rosa presenció una aparición de María: “Estaba en el convento, porque yo iba para monja, estaba orando con las monjas y me fui a buscar unas zapatillas, cuando entro a la pieza veo una luz, digo: ‘¿Qué es esa luz?’, no lo digo, pienso, y ahí escucho una voz que me dice: ‘No escudriñes de donde viene la luz, mi corazón tiene luz’. Era la madre santísima que estaba ahí, y yo en vez de arrodillarme ante ella, me fui.”
Ya entrada la noche la Virgen salió a las calles para recorrer el barrio. Una larga procesión de una cuadra, detrás de una imagen de la virgen, caminó durante cuarenta minutos con cantos de alabanza y ofrenda para la “María de Lourdes”. El recorrido culminó con la misa de clausura que da fin a los honores. Las calles se van despoblando lentamente, los puesteros guardan sus mercaderías y desarman los puestos, los vendedores de comida rematan a mitad de precio sus últimos alimentos. Racimos de personas con velas y medallitas o estatuillas en las manos llenan las paradas de colectivo o se pierden en las bifurcaciones de las calles. La virgen iluminada en la gruta permanece fiel a la visión que deslumbro a Bernardita en Lourdes a orillas del rio, en su réplica local la escena que presenció la santa dieciocho veces, permanece inmóvil, perpetua, allí donde todos veían rocas, ahora, como la dulce niña francesa, todos ven a la virgen María.
Por Pablo Grande
Fotos: Gustavo Pantano