El genocidio sionista contra el pueblo palestino no es un hecho aislado ni un “conflicto reciente”:…
Los que observan
La zona norte del Gran Buenos Aires es uno de los escenarios donde más personal de seguridad privada se ve custodiando cotidianamente los barrios residenciales. El formato más común para quienes trabajan en seguridad es ocupar una garita de un metro y medio por un metro y medio, desde donde los trabajadores vigilan en turnos de doce horas las cuadras que tienen asignadas. No tienen portación de armas y su deber es dar aviso a la policía o a la patrulla municipal si son testigos de algún delito.
El lugar de la seguridad en la agenda pública Argentina cambió durante la década del noventa. El gobierno de Carlos Menem implementó políticas económicas que llevaron a un aumento del desempleo y la desigualdad. Esto incrementó los niveles de violencia social y generó en la sociedad no solo miedo al delito sino, sobre todo, a ser víctima de un acto de violencia.

La seguridad pasó a ser un tema prioritario y se ve reflejado en el incremento de la seguridad privada, servicios privados (rejas, alarmas, cámaras), surgen empresas que venden un servicio de seguridad y se empieza a delandar cada vez mayor despliegue de personal de seguridad pública en los barrios.
Para este fotorreportaje Zorzal Diario recorrió los barrios de San Isidro, Florida y Olivos para charlar con los trabajadores de seguridad sobre cómo es su trabajo: el espacio físico reducido donde pasan las horas. las dificultades que les presenta y la carga horaria. Algunos trabajan en relación de dependencia para empresas privadas de seguridad, otros son precarizados a través de cooperativas fantasmas, donde un dueño dispone de la garita y se lleva la mayor parte de la recaudación, y otros cobran directamente de los vecinos.
“El problema que tenemos los gariteros es la desunión”
Pedro es vecino de Tigre y hace catorce años trabaja en la esquina de Ruben Dario y Rivera Idarte del barrio de San Isidro. Su garita está rodeada de un pequeño jardín, el mismo con el que se entretiene en sus largas jornadas de doce horas. Cree que el principal problema, al menos en la zona, es la desunión de los gariteros. “Si tuviéramos un grupo de whatsapp entre los que trabajamos en la zona podríamos avisarnos cuando vemos un auto sospechoso y nos cuidariamos a nosotros también. Porque: ¿Quién cuida a los que cuidan? Igual no tengo miedo. Estoy acostumbrado, aunque en esta zona no pasan cosas graves”.
“Lo más difícil es pasar tantas horas solo”

Luis pertenece al sector de seguridad desde los 18 años, actualmente tiene 51 y lo más difícil para él son las exhaustivas jornadas de doce horas custodiando un predio al fondo del Museo Pueyrredón, en San Isidro. Su horario es de siete de la tarde a siete de la mañana: “Lo más difícil de las doce horas es atravesarlas en soledad”, expresa y cuenta que mata el tiempo haciendo largas rondas de caminatas en las más de dos manzanas que ocupa el predio. Antes trabajó en el cementerio de Boulogne, pero su lugar preferido fue el Hospital de San Isidro. Es uno de los pocos gariteros que encontramos trabajando en relación de dependencia, lo que le garantiza los aportes correspondientes.
“Le debo 81.000 pesos al Ministerio de seguridad”

César se autogestiona desde hace veintitres años en el Bajo de San Isidro. “Ya estoy acostumbrado a este trabajo, me entretengo con los gatos del barrio. Soy loco por los gatos, acá cuido a dos. Mi garita es doble, así que es un poco más cómoda que la de la mayoría de los gariteros. Despues del almuerzo los minutos parecen eternos, no hay forma de que pase rápido. No hay un alma en la calle”. El ministerio de Seguridad le pidió que se autogestione una cooperativa para poder habilitar su garita, para esto necesitaba tener tres vecinos que firmen como asociados pero ninguno quiso participar del proceso. Perdió el juicio y debe pagar 85.000 pesos, en cuotas de 1500 pesos. César dice que no se queja porque “esa plata la gastas en tres boludeces en el supermercado”.
“Es muy sacrificado el trabajo, te perdes cumpleaños, navidades, ver crecer a la familia”

Gerardo es de Tigre y ya está jubilado, pero con 66 años sigue trabajando para llegar a fin de mes. Hace catorce años que trabaja en seguridad. Vio un aviso que publicó el Ministerio de Trabajo en el diario de un curso, con inserción laboral rápida, para trabajar en seguridad. “Hacías el curso, trabajabas un mes de pasantía en una empresa y si les gustabas quedabas”, explica Gerardo.
Su primer trabajo de seguridad fue en una aceitera de San Martín: “Al lado había una cancha de futbol, y a los pibes siempre se les iba la pelota de mi lado. Mi compañero se creía policía y se las pinchaba. Los pibes me tenían bronca por eso, pero después se dieron cuenta que yo hablaba como ellos, les entendía sus berretines y nos llevamos bien. Ese fue mi primer trabajo y me gustó. Después fui cambiando de empresas hasta que me jubile”.
Ahora Gerardo trabaja en una esquina, con su compañero doce horas cada uno: “Así le pagué los estudios a mis hijas, es muy sacrificado el trabajo, te perdes cumpleaños, navidades, ves más a las familias de los vecinos que a la tuya. Pero igual la gente es macanuda, sabe que no tenemos mucho poder, nosotros solo somos los que observan, hasta que pase algo”.
903 pesos por día

Horacio, otro garitero jubilado, por cada jornada de doce horas recibe 903 pesos. Sale a las diez de la mañana de su casa en Rafael Castillo para llegar a Olivos a las doce del mediodía, cuando reemplaza a su compañero Tony, que fue quien lo trajo de otra garita “porque vió que soy responsable”. Entre los dos piden que se dé a conocer la explotación a la que se los somete. En su caso, el dueño de la garita, al proveer el espacio de trabajo se lleva la mayor parte de la recaudación, e incluso les pide a ellos mismos que paguen por su monotributo. Dicen que son sueldos de hambre, pero no tienen otra oferta laboral, ambos están jubilados y necesitan más ingresos para sobrevivir. Se quejan del franquero que suele dejarlos colgados los fines de semana, por lo que deben seguir trabajando al no tener relevo e incluso con esa plata pagarle a otro franquero para que puedan tomarse su franco.
GALERÍA DE IMÁGENES

Carlos trabaja a seiscuadras de su casa, también está jubilado y antes de ser garitero trabajaba como remisero. Por cada jornada de doce horas recibe 1500 pesos.

Jorge vive en un hotel en la estación de Martinez. Está separado y también era remisero. Desde que arrancó la pandemia comenzó a trabajar en una garita del barrio.

Luis tiene 46 años y cuenta que disfruta de las charlas matutinas con los vecinos. No tiene reclamos de su trabajo. Cuando se aburre camina hasta la garita de la siguiente esquina para charlar con su colega.
Fotos y entrevistas: Giovannini Laís
Manríque Tomas.