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Opinión: Boicot a la serie Santa Evita

El pasado 26 de julio, al cumplirse 70 años del fallecimiento de María Eva Duarte de Perón, Evita para la historia, se estrenó la serie “Santa Evita”, basada en el libro homónimo de Tomás Eloy Martínez y protagonizada por Natalia Oreiro. Se trata de una miniserie de 7 episodios, que contó con la producción de la actriz mexicana Salma Hayek, y que se encuentra disponible en la plataforma Star+, parte del conglomerado internacional Disney. Tal como sucede con el texto -un best seller que vendió más de 10 millones de ejemplares-, la serie mezcla hechos históricos en torno al destino del cuerpo de Evita, con una cuota importante de ficción.

Lo primero que hay que decir es que Evita y el capitán de apellido alemán nunca se conocieron. Y esta licencia a la ficción, que ni siquiera estaba en el libro de Tomás Eloy Martínez, sólo sirve para sumar un ápice de crueldad al morbo que ya de por sí tiene nuestra historia. El argumento se basa en el derrotero del cuerpo embalsamado de una mujer de 33 años, sobre el cual descargó su ira el antiperonismo machista. 

Desde el vamos es muy difícil plantear un debate en torno al sentido que construye la serie -al extremo de la necrofilia-, y que circuló en forma generosa en los discursos: la producción de Salma Hayek, y la distribución de uno de los mayores conglomerados de medios a nivel mundial (Disney) y el mayor a nivel local (Canal Trece-Grupo Clarín), consolidaron una mirada granítica. El mito se amplifica a un nuevo nivel.

Pero vayamos a la serie propiamente dicha. En una escena se puede observar al coronel Moori Koenig disfrazado de capellán, como si hubiera compartido algún tipo de intimidad con Evita. Este vínculo no existió en la realidad, y jugar con esa posibilidad contribuye a alimentar mayores crueldades, que emparentan a la obsesión del militar con un femicida clásico: ama a su mujer/objeto y prefiere tenerla muerta, pero siempre suya. En este sentido, la serie agrega ficción en la línea de profundizar la crueldad apelando a una de las violencias estructurales: la violencia por razones de género.

El capitán que estuvo a cargo del cuerpo justo después del golpe de 1955, ese de apellido alemán que habla con Rodolfo Walsh en el cuento Esa Mujer, estuvo obsesionado con su rol, desbordado, al límite de la locura y sumergido en el alcoholismo. En rigor, este capitán, un egocéntrico que se sentía importante, nunca conoció a Evita. Sin embargo, la ficción sugiere cierta seducción entre ellos, un amor romántico repulsivo. No fue así.

Ni siquiera la dejaron descansar en paz a esta Mujer, que tuvo una vida tan corta como intensa. En apenas siete años logró dejar un legado que todavía sigue vivo. Nunca trabajó sola. Con sagacidad política trazó estrategias y supo aprovechar como nadie las oportunidades. Se recreó a sí misma y recreó al Estado. Fue la primera de una generación de mujeres militantes y trabajadores sindicalizados que nacían como hermanos a la vida política del país.

Evita supo pararse en el centro de los dispositivos de construcción de ese poder popular: dictó clases en la CGT; logró el voto femenino organizando a 400 delegadas censistas en cada territorio; impulsó a las mujeres también como representantes políticas: estuvo reunida en las fábricas de Avellaneda el 16 de octubre, encendiendo la llama del 17. La serie de Disney banaliza estos procesos históricos y realza las voluntades individuales, como si fueran causas posibles de los movimientos de masas.

La resistencia peronista no fue magia

Hay una imagen poética que trasciende desde las páginas del libro publicado en 1995, y que hace referencia a las velas y flores que aparecían misteriosamente en cada lugar donde intentaban esconder el cuerpo, tras el golpe de 1955. Esas velitas encendidas, que en la serie aparecen como por arte de magia, fueron el fruto de millones de trabajadores peronistas, que resistieron, tendieron canales de información y se organizaron para no dejarla sola, para boicotear al poder (militar, criminal, elitista) y seguir soñando con el ideario del movimiento: una patria justa, libre y soberana. Tomas Eloy, tal vez sin quererlo, dejó ver la capilaridad de la resistencia peronista.

Por eso, más allá de la belleza lograda por la dirección de fotografía, más allá de los émulos de Gilda que nos transmite Natalia Oreiro, más allá de sus respetos por la figura de Evita y más allá de los esfuerzos de parte de la producción de la serie por filtrar una mirada lo menos Disney posible, dan ganas de pedir perdón a la memoria de Evita.

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