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Reencuentro con los muertos

Los colores de la tradición jujeña se entrelazan cada 1 y 2 de noviembre en una de las celebraciones más emblemáticas del norte argentino: el Día de los Fieles Difuntos. En la Quebrada de Humahuaca y la Puna, las familias mantienen viva una costumbre ancestral que fusiona creencias católicas con rituales andinos.

Por Facundo Nívolo

Paula tenía 38 años, se fue de Humahuaca porque quería ser enfermera. Y lo logró. Trabajo en varios hospitales y en especial en el materno infantil de Florencio Varela. Después de dos años de pelea, la medicina no pudo curarla y murió de cáncer en noviembre de 2023.

Su madre, Etelvina Paredes, es coplera y tejedora. En un pequeño garaje, donde cuelgan cajas y fotos de su vida artística, una ofrenda enorme de panes, dulces y bebidas funciona como altar y mesa familiar. Vestida de negro, encabezó los rezos de novenas. Se trata de un conjunto de rezos y canciones que se extienden por nueve días. 

A partir del primero de noviembre, día de las almas o de todos los santos, comienza el rezo que particularmente culminará el día nueve, fecha precisa en que murió Paula Carolina Alejo un año atrás.  Toda la familia y vecinos del barrio son parte del homenaje. 

A pesar de que la que murió fue su hija, dice que se siente huérfana. Yo soy una mujer coplera, soy tejedora y soy profesora. Mis vecinos me preguntan, ¿Dónde está esa Etelvina fuerte y luchadora? 

En la esquina de Güemes y Félix Infante las calles son de tierra y las casas tienen paredes de adobe. Bajo la noche iluminada de neón cobrizo, Etelvina sabe en voz baja, que Paula va a visitarla y que le está diciendo que siga adelante. 

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“Nuestros ancestros nos legaron esto, que nuestro padre creador, abre las puertas del cielo para que todas nuestras almitas nos puedan visitar”.

En el palacio municipal se reservó un salón para recordar a los trabajadores muertos. Carlos Campos tenía 37 años y falleció en un accidente de tránsito. Juan Carlos, su tío, tenía 64 y también murió este año. Su esposa Nancy participó de los rezos acompañada de todos y todas sus compañeras de trabajo. 

Entre la chicha, la cerveza, y una lata de duraznos en almíbar, se alza una escalera de pan que simboliza el tránsito entre el cielo y la tierra. Sobre ella, los nombres de las personas fallecidas.

Para la noche del primero, las puertas y ventanas de todas las casas se dejan abiertas para que las almas puedan entrar. El viento corre fuerte y la temperatura baja, aliviando el sol que calienta la tierra amarillenta de la quebrada.

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Infinitas manos de albañiles se trepan a las criptas, atan con alambre arreglos florales, pegan baldosas y funden el marrón de su piel con lo blanquecino de los materiales. Sus palmas abiertas parecen cerámica resquebrajada.

Los pasillos de entre tumbas son un río de colores, flores y ornamentos. Familias enteras que montan carpas para una ceremonia colectiva. Un adolescente que solito desembolsó de su mochila negra, una corona de flores para su mamá.

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María Ramos es la presidenta de la cuadrilla de copleros más antigua de Humahuaca con 158 años de trayectoria. En su finca, reúne a la familia el día dos por la tarde, para desarmar la mesa. 

Sobre la pared y alrededor de un gran rosario de madera están los nombres de abuelos, tíos, tías, amigos y “copleros y copleras de la 1800”. 

En cada finalización de la ceremonia se comparten hasta la última ultimísima ofrenda. Y los organizadores dicen palabras de agradecimiento. 

Según algunas creencias, no se puede tocar la caja, pero María no puede contenerse. Entre risas, no le permiten tocar su instrumento, pero a su turno de hablar y a sus casi 80 años, hace trampa y canta a capella.

El día que yo me muera
no me recen la novena,
tomen chicha canten coplas
y tápenme con arena.

El día que yo me muera
no me recen ni hagan misa,
yo quiero arder en llamas
para volverme cenizas.

La finca se llama el “Yachay”. Su significado se relaciona con el conocimiento ritual y con “el origen”. Ni bien termina la ceremonia, toda la familia se va en caravana hacia la casa de otros familiares, y luego irán a lo de otros vecinos y luego a lo de otros y así… 

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Entre las cosas que me compartieron, atesoré la escalera de pan. También esa noche dejé abiertas las ventanas de la habitación del hotel. 

Me dormí viendo flamear las cortinas, de cara a la oscuridad de los cerros que se entreveran con el cielo negro. Ahí donde brotan, lejanos y silenciosos, los relámpagos de tormentas que no van a llegar.

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