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"San Cayetano es un títere" por Marcelo Pernía Nisi y Facundo Nívolo

San Cayetano es un títere

Una crisis económica y una extensa sequía hicieron de San Cayetano uno de los santos más populares de Argentina. Ocurrieron durante el primer tercio del siglo XX. Lo que vino después fue, para él, alcanzar el pináculo de la providencia. San Cayetano se convirtió en el patrono del Pan y el Trabajo. Cien años más tarde, miles y miles de personas de todo el país siguen acercando las mismas súplicas. / Por Marcelo Pernía Nisi y Facundo Nívolo

Un títere de San Cayetano camina por las calles de Liniers. Viste sotana, sobrepelliz, y hasta la estola lila con dos cruces doradas en las puntas alrededor del cuello. Tiene el pelo moreno, los ojos grandes, la barba prolija, la boca amplia y rojiza, y lleva al niño Jesús en brazos. Las manos son de paño polar, tela cálida, suave para las caricias. Detrás de él, dos mujeres le dan vida. 

Elena Santa Cruz y Filomena lo llevan en andas recorriendo el trayecto que va desde la parroquia hasta el final de la fila. La gente lo ve pasar. Lo saluda, lo señala, lo sigue con la mirada y bajo el sol, parece levarse sobre el suelo, bamboleándose de un lado a otro. El San Cayetano títere devuelve el saludo. Levanta la mano (la izquierda, conducida por Elena) y la agita en el aire. El otro brazo, pertenece a Filomena, y carga al niño Jesús. Es un espectáculo que nadie quiere perderse. Ni los más chicos, ni los más viejos.

Durante tres días, el barrio porteño de Liniers, se convierte en un verdadero Woodstock religioso. Las cuadras aledañas a la parroquia permanecen cerradas al tránsito vehicular, transformadas en un variopinto de manifestaciones espirituales y sociales. El 6 de agosto es el preludio; el 7 rojo en los almanaques, la jornada del patrono; el 8 de agosto, la despedida. Durante esa tríada los peregrinos llegan a pie con pancartas, remeras, banderas, rostros alegres por el acontecimiento y ensombrecidos por la economía.

Desde hace tres meses, el Padre Lucas, un hombre meticuloso y determinado, gestiona todos los preparativos para la festividad. Trámites con el Gobierno de la Ciudad de Bs. As., mapeo de las calles circunscritas a los accesos y salidas, vallado, ambulancias, policía, rescatistas, sanitarios. Todo, absolutamente todo lo que pudiera suceder en esos tres días cuenta con su supervisión. También, en lo que atañe al espíritu. Mil voluntarios y cincuenta sacerdotes conforman un aceitado grupo de trabajo dedicado a las necesidades de los fieles devotos del Santo. Lo demás, lo imprevisto, queda en manos de Dios.

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Elena Santa Cruz es titiritera de oficio. Dice que los títeres evocan ternura, que son la infancia y no hay quien se niegue al recuerdo. Además, invitan a la gente a expresarse sin tapujos. Y lo sabe, más allá de su vasta trayectoria, de sus títulos y sus premios, porque de alguna forma extensiva ella es también parte del muñeco. La artista y la obra son una unidad.

Filomena es una mujer alegre. Parece serlo por naturaleza. Lo es mientras dicta su clase en la Universidad de Buenos Aires o cuando piensa en el Garrahan, donde solía trabajar. Es alegre, aun y a pesar de los pesares, cuando suena el timbre del servicio social, que pocas veces no es un presagio de triste realidad. Es alegre, aunque su trabajo como coordinadora del Servicio Social de la parroquia de San Cayetano sea, en parte, lidiar con la miseria.

En ese mismo espacio, los viernes, Elena Santa Cruz dicta un curso de títeres.

La situación económica de los argentinos, en su mayoría, es desastrosa, acuciante, obra del actual gobierno y de gestiones anteriores. Lejos de los noticieros feroces y las consultorías, de los cuadros estadísticos, gráficas complejas y líneas ascendentes, descendentes, pirámides inentendibles y tortas porcentuales, Filomena anota las cifras de cada mes. El registro de buena parte de la actividad del Servicio Social.

La última anotación en su libreta, dice: “se entregaron 9398 porciones de comida. 672 por día. En Trabajo Social se atendieron 128 familias, 35% de jubilados que no alcanzan a cubrir sus necesidades básicas y tienen problemas de vivienda, 34% familias monoparentales (madres con dos o más hijos que sólo cobran AUH). Se entregaron 216 mudas de ropa (82 personas en situación de calle – 72 grupos familiares -adultos y niños-), 53 frazadas, 141 camperas, 145 pares de zapatillas…” y la lista continúa.

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El barrio donde se encuentra la parroquia es una zona de clase media y baja sombreada por la General Paz. Desde el ingreso al perímetro (varias cuadras escindidas del mundo) se encaminan las columnas de creyentes: pancartas, banderas, remeras. Imágenes del santo por doquier. Todos toman algún registro. Una foto a la cúpula de la parroquia, desde lejos, escondida entre los tanques de agua; otra foto a las vidrieras de las santerías y su policroma de religiones; alguien retrata a un sacerdote conversando con un grupo de fieles devotos; un debutante en la procesión filma admirado al sinfín de peregrinos.

A finales del 1800, el barrio de Liniers no se llamaba Liniers (la estación de tren se inaugura con ese nombre el 1º de noviembre de 1887) y era una zona de casonas de veraneo, propiedades de la aristocracia porteña. En torno a las lujosas estancias, un conurbano de chacras y peones rurales, con chiquero y doma de caballos, crecía junto a tabernas y pulperías. Había olor a pasto fresco, al dulce de la manzanilla, y en el viento podía sentirse un ligero aroma a bosta de vaca. Allí, las Hermanas del Divino Salvador inauguraron una capilla en 1875 dedicada a San Cayetano, quien en aquel entonces no había alcanzado la gloria de la providencia. Para 1913 la capilla se convirtió en la actual parroquia y tras la crisis de Wall Street, en 1929, se erigió como la meca de los desempleados. Desde entonces, San Cayetano recibió la espiga de trigo que lleva bajo el brazo, como una distinción, además de las constantes solicitudes de empleo.

El tiempo vuela casi una centuria y San Cayetano títere flota entre los feligreses. Se detiene ante un hombre taciturno, ancho de espaldas, de gesto duro, sentado en una reposera y cebando un mate amargo, espumoso y humeante. Dos segundos más tarde, se abrazan, hablan en silencio, y el hombre deja caer unas lágrimas ahogadas. Una señora toma al niño Jesús en brazos y San Cayetano títere los rodea con sus brazos de paño polar.

En esos momentos, Elena y Filomena se echan hacia atrás, intentando darles intimidad al santo títere y sus devotos.

En cada esquina hay un sacerdote confesando y una olla popular que huele a guiso y madera quemada. Abundan las vendedoras de espigas (“¿me puede ayudar con una espiguita?”, dicen) y estampitas. Vendedores de sahumerios y velas, churros, pan casero y tortas fritas. El padre Lucas va de un lado a otro bendiciendo; hunde el hisopo en el agua bendita del calderillo y lo sacude santiguando a quien lo solicite. “Desde los veintitrés años que vengo- dice una señora mientras se persigna-. Tengo ochenta y tres. Me quedo hasta saludar al santo y después me voy a casa”. Tiene un bastón, la voz cansada, y camina del brazo de una amiga tan vieja como ella.     

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Más allá, dentro de la parroquia, aguarda la imagen original del patrono, dentro de la hornacina y contemplando cada mano que se apoya sobre el vidrio (un pedido o un agradecimiento). Mientras tanto, San Cayetano títere prosigue su marcha incansable por las filas, oyendo susurros de historias. Víctor es abogado, docente de la Universidad de Lomas de Zamora, “hace veinticinco años le pedí que me ayude a terminar la carrera. Prometí venir todos los años –los ojos nublados-. Perdón, me acuerdo de mi vieja… y mi viejo.”

Por un minuto todo se detiene. Una mujer de mediana edad se desmaya y la ambulancia del SAME tiene que socorrerla.

– Es diabética- advierte alguien que se encuentra a su lado.

– Andá a saber desde qué día está…- comenta otra persona, entre el tumulto. 

San Cayetano títere se hace a un lado. Elena Santa Cruz y Filomena descansan un segundo, haciendo upa al santo, sentadas en el cordón de la vereda.

– ¿Usted es Elena Santa Cruz?- dice una feligresa con un libro en la mano.

– Sí- responde.

La mujer enseña el libro “Titiritera de utopías” y le pide un autógrafo. Elena firma una afectuosa dedicatoria. En una mano la birome, en la otra el santo. “Gracias”, repone la mujer, emocionada.

No transcurren dos minutos que un hombre se acerca y grita a viva voz: “Filomena ¡Qué mujer! Vos me diste de comer a mí y a mi familia cuando estábamos en la calle. ¡Qué mujer!”, la saluda y en su rostro puede verse todo el respeto del mundo. Luego se aleja, satisfecho como quien devuelve un favor.

– ¿Viste?- dice Filomena- A vos te piden autógrafos, a mí me saludan los muchachos de la esquina.

Se ríen. San Cayetano títere está echado entre ellas, sonriente, con la boca amplia y los ojos grandes.

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