TRES JUBILADOS Y UN PRESIDENTE
De Rafael Castillo, Loma Hermosa y San Martín. Alcira , Antio y “Titina” son postales que lo que significa ser jubilados en el gobierno de Javier Milei.
Seguir changueando a los ochenta años
Sol Naciente se encuentra en La Matanza, calles adentro, lejos de la inmensidad de avenidas, bulevares, fábricas y rutas solitarias. Entre barrios que se abren por callecitas de cemento partido, emparchado de alquitrán sobre parches viejos. Vecinos que van y vienen de trabajar sorteando baldosas flojas.
“Acá tenemos un abuelo que viene a buscar el plato de comida, tiene ochenta años y hace changas porque no le alcanza la jubilación. Hay otro que camina diez cuadras con bastón para venir a buscar un táper”, cuenta Alejandra Villarruel, del comedor ‘Sol Naciente’ de Rafael Castillo. Con el brazo extendido, señala la dirección de las cuadras que recorre el anciano.

Alejandra, de voz firme, expone una estadística basada en el día a día: “cada vez se ve más cantidad de gente. Acá las compañeras estaban poniendo diez paquetes de fideos y ahora ponen quince. Y desde que el gobierno no manda nada para la olla, tenemos que comprar los fideos nosotras. Como aumentó la garrafa, a veces cocinamos a leña”. Enumera dedo a dedo: “conseguimos donaciones, hacemos ferias, conseguimos pañales, y hasta los medicamentos”.
“Hoy fui a cobrar…”, dice Alcira Farias, de 71 años, mamá de Alejandra. Espera unos segundos porque se le escapa una risa burlona, y acaba la frase: “…me pagaron la mitad”. Así lo indicó un decreto de necesidad y urgencia del Poder Ejecutivo, donde informaba el pago en dos tramos para los jubilados de la mínima. Mientras tanto, en cinco meses de gobierno de LLA, la inflación acumuló más de un 100%.

“Lo que cobré me lo gasto en pagar la luz. Me vino noventa mil”, dice Alcira y su mirada recorre el piso de cerámicos gastados . Se amasa los dedos de las manos, como estirando las arrugas. “Nos ayuda la familia- explica-, por suerte. Nos ayudamos entre nosotros. Pienso que también hay gente muy pobre que no tiene a nadie”. Levanta los ojos y ve a su hija, parada bajo el marco de la puerta.
- ¿Vos sabés cuál es el segmento etario que menos pobres tiene en Argentina? – interpeló el Presidente Javier Milei a un periodista
- Los jubilados
- ¡Ah! ¿Y entonces?
- Pero no podemos ajustar a los jubilados -respondió el periodista.
- El problema es que no hay plata.
Aportar la mitad de la vida y perder con cada gobierno
Mi nombre es Antio Granata. Soy el presidente del Centro de Jubilados “La Amistad”, de Loma Hermosa. Llegué de Italia a los doce años, después de la Segunda Guerra Mundial. Mientras estudiaba la primaria entré a trabajar en un taller gráfico, en una imprenta.Tengo ochenta años y cuarenta y nueve de aportes. En los inicios de los noventa y faltando solamente cinco años para jubilarme, me despidieron.
En ese entonces, el Presidente Carlos Menem, había elevado a los sesenta y cinco años la edad jubilatoria, por lo que empecé a aportar como independiente los años que me restaban, y en el dos mil seis logré jubilarme. Caí en la peor AFJP. Cuando empecé a hacer los trámites, Néstor Kirchner las liquidó. Pasé al sistema de reparto y me dieron la mínima, yo había aportado como un obrero profesional, no como un obrero común. Le hice juicio al Estado que tardó doce años, lo gané pero tampoco me dieron lo que me corresponde.

Al centro de jubilados vienen más de trescientos cincuenta. En su mayoría tienen que hacer malabares para llegar a fin de mes: Hay algunos que toman los medicamentos un día sí, otro día no, para que les alcance todo el mes. Nosotros antes teníamos los remedios al cien, ahora cada vez menos. La jubilación no alcanza para nada.
Para los muchos o pocos días que me queden, quiero una vida tranquila. Que pueda ir a una cancha, que pueda ir a un cine, que pueda comerme un pancho cuando quiero. Trabajé durante toda mi vida. Según lo que cada gobierno me dijo que tenía que aportar, aporté. Y ahora nos recortan para que le den los números.

Resistiendo entre mate y bingo
En el bingo del centro de jubilados Resistiré, tres cartones cuestan diez pesos, y contra toda lógica del marketing, seis cartones: veinte pesos. Las fichas son botones verdes, morados y marfil. También, monedas de diez y cinco centavos.
“Acá la cuota es de mil pesos, antes era de doscientos”, dice Gregoria “Titina” Torres de ochenta y seis años. Es la Tesorera de Resistiré que funciona en Villa Lynch, San Martín. “Damos yoga, memoria y pedicuría. Bueno, ahora no porque PAMI todavía no nos asignó profesoras. Por la municipalidad, tenemos gimnasia los miércoles a la mañana”.

Mientras el mate preparado por Titina va de un lado a otro de la mesa, de fondo se escuchan los números del bingo. Veintidós, y el silencio envuelve a un mesón lleno de jubilados repasando los cartones. “Ahora nos vamos a Córdoba –dice María Raquel Galli, alías “Pochi”, encargada de Turismo en la Comisión- pero sin el PreViaje porque no hay plata”, y sonríe con sorna. Tiene 84 años.
En el 2004 quedamos viudas un grupo de mujeres que nos conocíamos. No éramos amigas, aclara Gregoria recordando la fundación de “Resistiré”. Cincuenta y ocho. En la cuadra de la casa de ella -Gregoria señala a Pochi con la cabeza- vivía mi tía. Bueno, ella nos juntó en su casa, íbamos a comer, jugábamos a las cartas, hablábamos de los problemas. Treinta y uno.
Al tiempo fui a la municipalidad y le pedí para ir a las vacaciones de verano. Podíamos ir, pero teníamos que tener un cupo. Bueno, fuimos al parque Irigoyen, muy lindo el parque, y nos dicen. ¿Cuántos son ustedes? Y somos doce personas. Ustedes, podrían formar un centro de jubilados, sugirieron.
Setenta y dos. Nos vinimos a la casa de Bruna, la tía de mi marido que nos juntó a todas. Noventa y cinco. ¿Y qué les parece? ¿Lo hacemos, no lo hacemos? Y teníamos un poco de miedo, cómo lo íbamos a hacer. Línea, grita Norma. Cuando vinimos al Club Coronel Mom, nos dijeron que sí, nos abrieron las puertas. Y así empezamos con doce personas. Llegamos a ser quinientas personas. Ahora somos ochenta y dos.
Según datos de la Defensoría de la tercera edad, la canasta básica de jubilados supera los 685 mil pesos. Incluye alimentos, servicios básicos, transporte, vestimenta y sobre todo medicamentos, que aumentaron un 130%. La jubilación mínima de mayo es de 190 mil pesos.
- Pero ¿acaso personas como esta jubilada están mintiendo cuando dicen que tienen dificultades para comprar sus provisiones básicas? -preguntó Ione Wells de la BBC.
- A ver, el punto es el siguiente: usted no puede hacer una evaluación macroeconómica por la situación particular de un agente. Eso se llama falacia del todo por la parte. Si usted cree que va a ser política económica por un caso especial, donde además puede estar influenciado por el tipo de información a la que accede, la realidad es que, bueno, digamos, esas cosas suceden. -respondió Javier Milei.

Mate cocido y gas lacrimógeno
El Congreso se encuentra vallado, rodeado de manifestantes, policías y gendarmes. Más allá de la ocasión multitudinaria, hay una escena que se repite todas las semanas: Jubilados llegan hasta una carpa ubicada sobre avenida Rivadavia, pidiendo respuestas al ajuste que recae sobre ellos.

Como la carpa es apenas un gazebo abierto de par en par, todos se mantienen alrededor, en la vereda o sobre la avenida. Parece una suerte de fogata sin más fuego que el de un anafe y sobre él, una pava enorme de escuela. Gris plomizo, manchas de hollín en la base.
“No llegamos a fin de mes. Somos de cinco centros de jubilados de La Matanza. De González Catán, de Castillo, de San Justo, de Laferrere”, dice Julia Contreras y el estallido de un tres tiros la sobresalta.
Después de acomodarse en una silla plegadiza que cuelga del cordón de la vereda, Julia tuerce la cabeza y mira por unos segundos en dirección a la Plaza de los Dos Congresos: “Nosotras pensamos que nos jubilamos y podíamos estar en casa, con nuestros nietos, y no, tenemos que estar acá”
Pasa un hombre con la bandera argentina atada al cuello y un cartel entre las manos: “El fondo del ANSES no es de Caputo ni de Milei, es de los JUBILADOS.” Y lo ve alejarse, con la capa celeste y blanca ondeando, un superhéroe jubilado que atraviesa la avenida para unirse a la columna de manifestantes.

El aire huele a pimienta. “Los bolsillos nuestros no dan más. Le digo a mis hijas que hemos pasado gobiernos, pero ninguno como este. Este nos quiere matar”. El viento sopla y es algo irritante que se araña las gargantas.La policía comienza a cerrarse sobre la esquina del Congreso. Julia se cubre la boca y la nariz con la manga de la campera mientras se levanta de la silla y se enrojecen sus ojos.

