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Un día de orgullo y primeras veces
Crónica desde José León Suárez hasta Plaza de Mayo, en el trayecto un grupo de profesores y alumnes de la Escuela Secundaria Técnica de la UNSAM se organizaron para vivir juntes su primera Marcha del Orgullo, un evento que cada año es más masivo y conurbano. El 30 de noviembre la comunidad local está organizando la primera Marcha del Orgullo en San Martín.
El sábado al mediodía cuatro alumnes y dos docentes se preparan para encontrarse en la esquina de Pancho Susi, en la estación de José León Suárez. Es la primera vez que les adolescentes participan de este evento, y puede percibirse su ansiedad, su emoción. A las 13 ya había tres de elles en el lugar acordado. Esperan tomando unos juguitos Naranjú, y comentan el contenido de sus mochilas:
“Traje pinturas para el cuerpo.”
“Mi hermana me prestó su estuche de maquillaje. También traje tizas y esmaltes.”
Se miran entre elles, ansiosos por emprender el viaje. Para mitigar la espera buscan un lugar a la sombra que los cubra un poco del calor de ese sábado y empiezan a elegir qué pinturas usarán.
“¿Me pintas las uñas?”, me pregunta uno de elles, mientras esperamos si viene alguien más, mientras “el profe” Cristian mandaba mensaje y llamaba por teléfono para chequear que no falte nadie. El esmalte negro está grumoso y queda poco –me tiembla la mano, hago mi mayor esfuerzo para que el color quede bien–. Entre risas y charlas termino de pintarle la mano izquierda, agregamos un poco de brillo. Después descubre que hay más esmaltes dentro del estuche de maquillaje de su hermana y se pinta cada uña de la mano derecha de un color diferente. Ahora sólo queda esperar a que el esmalte se seque, que estemos todes, que salga el tren.
Volvemos a mirar el reloj a las 13:35. Sale un tren a las 14 y justo, pocos minutos antes, llega una tercera profesora, Tere, que saluda a cada une con un abrazo, les desea suerte y le entrega una bandera con los colores del orgullo a une de les chiques. Ahora sí, salimos todes juntes a tomar el tren, por fin. Cuando nos sentamos comienza la fiesta de los colores, los brillos y la pintura. Las tizas sirven para pintarse el pelo de colores, los esmaltes se socializan y une empieza a pintarse las uñas. Un profe se pone glitter mientras sigue atento a las estaciones y al punto de encuentro con dos coordinadores más, que nos estarían esperando en Capital. El otro profesor aconseja a les chiques: “Ahora hay que tener cuidado con el esmalte, hasta que se seca es como que no podes tocar nada. Mové las manos, soplá el esmalte para que se seque más rápido”, recomienda, divertide. Todavía no llegamos y elles no saben qué va a pasar en la marcha pero, sin saberlo, ya están participando. Nos ayudamos entre todes, nos cuidamos y vamos juntes a luchar por un mismo objetivo.
En Urquiza bajamos para combinar con la línea B. “Es la primera vez que viajo en subte”, comenta une de les chiques. Empieza el último tramo del viaje. Ya tenemos glitter, estamos bien pintades, tenemos dos banderas y estamos cerca. Subimos a la superficie en Leandro N. Alem, nos encontramos con dos coordinadores y empezamos a caminar rumbo a Plaza de Mayo. “Nos tenemos que quedar todes juntes”, repiten les profes mientras caminamos en fila, en grupo.
Cuando llegamos a Plaza de Mayo la fiesta ya está empezando. Los puestos armados, gente recorriendo la feria, dando vueltas por la plaza, encontrándose con conocides, sacándose fotos, bailando…ya suena la música en los camiones y en el escenario, hay bandas tocando. Damos una vuelta por la feria recorriendo los puestos hasta que, entre saludos y compras, llegamos a uno de los camiones. Nos quedamos bailando música pop un rato. Les chiques miran todo por primera vez, no hace falta preguntar… se divierte, bailan y se ríen. Sólo hay que dejarlos ser, todo fluye.
El orgullo es político
Música, brillos, colores se superponen en la Plaza de Mayo, sin olvidar que el orgullo es una respuesta política a los discursos de odio y los asesinatos que acosan a esta comunidad que ya no quiere ser sintetizada en siglas ni en conceptos: son las lesbianas, las travestis, las personas trans, las marikas, los putos, les no binaries, y todas las identidades que se animan a hacerle frente a las órdenes del patrircado, de la heteronorma que nos intenta colonizar en cada etapa de la vida.
Mi amiga fotógrafa está con la cámara en mano, y la encuentro con dos fotógrafes más. “Vamos a recorrer la marcha, empecemos acá…”, proponen, y nos acercamos hasta la calle Yrigoyen. Sacan fotos en todas direcciones.
Ahí mismo nos encontramos con el diputado Leonardo Grosso, a un año de haber salido públicamente del clóset. Lo acompaña su marido, Guillermo Castro, militante de La Colectiva, la agrupación que conduce Cecilia Checha Merchán. Ellos también vienen de San Martín, de su casita en Suárez, y se los ve felices, brillantes y casi que están vestidos en composé con camisas primaverales. Nos comparten brillos, nos pintan entre risas y chistes.
Comentamos que Alberto Fernández publicó en Twitter que “En una sociedad que nos educó para la vergüenza, ser libres es la mejor respuesta. Vamos a construir una Argentina con más derechos, en la que reinen el amor y la igualdad. Vamos a construir una Argentina para todos, todas y todes”, parafraseando a Carlos Jáuregui.
El orgullo es una fiesta política. Es música, risa, abrazos, besos, brillos, colores…es lucha, es reivindicación. Así lo demuestran las consignas de la marcha: reclamando el cupo laboral es travesti-trans y que “la salud no se ajusta, queremos hormonas, reactivos y medicación para el VIH”. Esta última consigna tuvo una gran repercusión la semana pasada cuando se denunció la falta de testosterona y otras hormonas en los centros de salud pública.
El orgullo de esta marcha es personal, social y también político. Es un evento que se desea tanto que se estira para vivir un tiempo eterno: se supone que empieza cerca de las seis de la tarde pero la música y el baile están presentes desde el mediodía. Cuando la cabeza de columna comienza a marchar, la avenida 9 de julio se transforma en una pasarela. Hay personas que miran y le hacen lugar a quienes marchan y a los camiones que vienen repletos, bailando pop, reggaetón o cumbia. El baile se expande hacia los costados y todes cantan al ritmo de la música, hasta el Congreso, donde no hay escenario pero no importa porque la marcha, con todo su orgullo al frente, convierte las calles en el mejor escenario de todos.