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“Hay que seguir reparando el daño que generó”

texto Delfina Pedelacq y Pablo Grande

A 17 años de la masacre de Cromañón, donde murieron 194 personas, y más de 1400 resultaron heridas, las demandas por justicia y una reparación a los familiares de víctimas y sobrevivientes sigue vigente y sin haber sido escuchada por ninguno de los tres poderes del Estado. Esa noche de diciembre de 2004, Victoria Dobal, Blas Bonardi y Pablo Todesca asistieron al recital de Callejeros y lograron sobrevivir. Los tres son amigos y de San Martín, tenían 19 años, recién habían terminado la secundaria, y cuentan su historia para “mantener viva la memoria”.

Cuando se abrió el fuego, empezó a bajar una nube negra y por la cabeza de Pablo se cruzaron mil imágenes. Cuando se cortó la luz, pensó: “Me voy a morir”. Había ido a Cromañón muchas veces y tuvo la suerte de que no conocía la salida de emergencia.

“Trate de no quedar atrapado por las piernas. Tenía la costumbre de cuando iba a los recitales y había una avalancha levantaba las patitas y me hacía bolita para que no me quedaran las piernas atrapadas. Fue como instintivo. Me mande por el medio del lugar y logre salir rápido. Salí a ciegas, justo cuando estaban llegando los bomberos, estuve más de diez minutos hasta salir. Lo primero que veo es que estaban conectando la manguera, me acuerdo que chorreaba agua y me quede tirado abajo. No sabía bien si estaba pasando algo grave, si estaban saliendo o no… mil preguntas y empecé a entrar hasta ahí a ver si los veía a ellos”.

Victoria no entendía nada. Ella estuvo más tiempo porque se quedó sentada. Cayó en la trampa de la salida de emergencia que estaba a la derecha porque estaban los carteles. Intentó salir por ahí en plena oscuridad, gritos y con la sensación de estar aspirando goma quemada. Toda su garganta era fuego.

“Cuando me doy cuenta de que gritar era al pedo y que esa salida no era una salida, me senté porque en algún momento en mi cabeza creí que todo iba a pasar, que iban a entrar los bomberos y que iba a pasar. Me senté abajo de la barra donde había una luz y otras personas sentadas, pero cuando me di cuenta que esas personas se empezaban a morir, ahí entré en la cuenta que tenía que activar. Se me vino a la cabeza una imagen de cena familiar con todos los platos en la mesa y que faltaba yo, toda mi familia con la cabeza abajo y faltaba yo en la mesa del 31. Ahí dije: ‘No, eso no va a pasar’, y no sé cómo hice, saque a la persona que tenía arriba mío y caminé”

 Blas se quedó atascado con toda la gente cuando encaró para lo que creía que era la salida, se produjo una avalancha que terminó con una montaña de gente empujando para salir. Blas quedó enganchado con las piernas entre la pila de cuerpos que estaba a dos metros de la salida.

“En un momento intente zafar, no podía respirar, y se me empezó a apagar la tele, me desmayé. Me vuelvo a despertar porque siento agua en la cara y una luz, eran los bomberos. Les pido ayuda pero era tal el caos que no se escuchaba nada. Me pude mover y caí al piso. Alguien me arrastró para afuera. Los vecinos del barrio salieron a ayudar, estuve una hora hasta que entendí que estaba ahí y me puse a buscarlos a ellos. Llame a mi familia y me quede esperando. Apareció alguien que conocía y salimos a buscar a Pablo y Vicki”. 

Pablo cuenta que lo que lo hizo no entrar nunca más fue un pantalón de una chica que era igual al que tenía Vicki: “Tironeo, sacó a la piba al hall, saque a varios, pero me shockeó el pantalón que era igual al de Vicki. Ahí dije no entro mas y me puse a buscarlos afuera y la encuentro a ella en la esquina, que estaba dada vuelta, llena de hollín, con toda la nariz tapada”.

Un pibe la agarró y le dijo: “yo te voy a sacar”. Victoria al principio se resistió, confundida, no podía hablar. El pibe la empujó, ya había agua en el piso, se resbaló y cayó. “El famoso pantalón me quedaba grande, entonces cuando me levanto, me desmayo. El pibe que me saca me hace RCP en la calle, la gente me decía: ‘volviste’. Ahí me levanté y empecé a caminar con los oídos tapados y zumbando, me quedé en la esquina Me senté y ahí me di cuenta que no había ido sola, y que me faltaban ellos dos. En ese momento empiezo a mirar para todos lados y lo veo venir a Pablo caminando para mi lado. Ahí la preocupación fue: ¿Dónde está Blas?”

Pablo continúa su relato: “Cuando la encuentro a Vicki vamos a una ambulancia porque la nariz la tenia tapada de hollín. Las ambulancias no llegaban a la puerta, ahí arranca otra historia. Cuando llegamos no tenía oxígeno pero no funcionaba, cuando la acostamos en una camilla, viene una piba peor que Vicki. Le hacemos masajes y respiración boca a boca, parecía que respiraba. Cuando llegamos al Fernández la declaran muerta porque hacía veinte minutos que no estaba respirando. Ahí a Vicki la meten adentro, yo salí y lo llamé a Blas por teléfono. Tengo la conversación grabada en la memoria:  yo me reía y Blas me preguntaba: ‘¿De qué te reís boludo?’. Me reía porque estaba contento, porque estaba vivo”.

Ese día los tres amigos se encontraron en la plaza miserere para ir a ver a callejeros. Una previa más, como tantas otras que habían compartido. Vicki se tomó el 127 en Independencia y Alvear, y partió rumbo a Capital a encontrarse con sus amigos que salían de sus trabajos en la ciudad. Era la última fecha del año y eso le daba un matiz especial a la jornada: Callejeros cerraba una etapa de tocar en lugares chicos y pasaba a la masividad y a tocar en lugares más grandes. Era la última oportunidad de ver a la banda en un espacio pequeño. 

Pablo es el que más veces vio a Callejeros de los tres. El 28 él también había ido al primero de la serie de tres recitales seguidos que dio callejeros en Cromañón repasando un disco por día de los tres editados. También era la despidida del lugar que le dio mucho apoyo para lograr la masividad que en ese momento lograba tener la banda, luego de llenar Obras y Excursionistas. Nadie se lo quería perder.

Para Blas asistir a los recitales “era un lugar de pertenencia e identificación en ese momento: letras comprometidas con contenido social, de protesta. Uno se sentía identificado con el rock en ese momento, y con esas bandas que representaban esa protesta”.

El local tenía capacidad para 1030 personas, se estima que esa noche había entre tres mil y cuatro mil personas. Pablo remarca que hubo un error grande en ese momento de la policía federal, ya que debería haber hecho un vallado. Mucha de la gente que salió rápido y entró a rescatar gente se quedó adentro y terminó muriendo. Buena parte de los que murieron son gente que logró salir del boliche y volvió a entrar de forma desinteresada (muchas veces sin tener ningún conocido), por el simple hecho de querer salvarle la vida a los que estaban adentro.

Resignificar la marca 

 Ese día fue un punto de inflexión en la vida de los tres. “Imaginate la marca que nos dejó con 19 años: Blas gestiona El Club de la Música, Vicki es militante, abogada y también trabaja en el Club, y yo soy psicólogo. Nosotros la pudimos transformar y dar vuelta, pero hay un montón de gente que no. Estamos marcados por ese hecho. No creo mucho en la palabra resiliencia, pero podemos agarrarnos de esa palabra, para transformar. No es voluntarista, a nosotros nos pasó porque tuvimos un contexto familiar que nos acompañó y nos sostuvo. Nos permitió avanzar y ser hoy lo que somos. La realidad es que a la mayoría de los pibes que estuvieron ahí adentro no les pasó eso, muchos se la terminaron pegando después”, expresa Pablo.

Vicky también comenta que “con el correr de los años la memoria se va resignificando. Es un proceso que se va construyendo con los años. Es un peso importante ser sobreviviente. La palabra en sí misma es muy fuerte: sobrevivir a algo que pasó y que hay otras personas que no. Resignificar esa memoria a través de las oportunidades. En mi caso particular pude estudiar una carrera, seguir laburando. No es ni más ni menos que una experiencia de lucha, de salir adelante. Cada une de nosotres tiene una historia para contar de lo que pasó después, pero en el momento, a cada uno nos pasaron cosas que son interesantes de conocer y que nos marcaron.”

 Blas confiesa que “nunca lo terminas de superar, de algún modo lo llevamos. Sentís miedos y dolores, cosas que no sabes pero están ahí. A mí se me despertó hace dos años claustrofobia, y se despertó quince años después de Cromañón. Uno lo supera y lo transforma.”

“Siempre intentamos sacar algo positivo. Pasar la etapa de dolor profundo, llorar todo el tiempo, volver a un boliche después de Cromañón y no poder parar de llorar, o escuchar Callejeros en mi casa y llorar… Y así durante cinco años de mi vida. Tampoco quería ir al psicólogo. Era un pibito de 19 años, no entendía, no podía asimilar lo que me pasaba. Después, con los años y el sostén que nosotros tuvimos, pudimos transformarlo en algo positivo. Me sirvió hasta para cambiar cosas de mí que quizás no hubiera cambiado, involucrarme en otros lugares, tener más conciencia social, empezar a militar por Cromañón. Pero solo porque tuvimos el privilegio de ese sostén. Me activó un chip que es el de valorar estar vivo, una vez que superaste ese dolor estás ahí: vivo”.

Para Pablo, a los 19 años la muerte no está presente todo el tiempo. “Uno empieza a hacerse ciertas preguntas, empiezan a aparecer ciertos miedos, pero cuando tenés 19 años al mundo te lo llevás por delante. No existe esa posibilidad y la posibilidad se vivió en carne viva. A partir de ahí y en los años sucesivos nos fue moldeando. El primer año fuimos prácticamente todos los jueves. Hay algo muy característico del sobreviviente que es sentir culpa por haber salido: la pregunta es: ¿Por qué yo y no otro? Teniendo 19 años, nos pasaba mucho y nos afectaba mucho también”.

Victoria recuerda que la municipalidad de San Martín convocó a todos los sobrevivientes: “Hacían grupos de terapia en el Pichón Riviere. Éramos muchos. Ahí nos dimos cuenta de todas las realidades, de las oportunidades que tuvimos nosotros y que los demás no. Armamos un grupo pero costó. Estaba entre nosotros esa tensión, éramos como los privilegiados del grupo. Ahí aprecia la culpa también. Nos dimos cuenta cómo intercambiar las experiencias te acerca más a sanar en grupo, esa fue la clave.” 

Blas cuenta que sentían el deber de seguir estando ahí para luchar y pedir justicia, contra la impunidad. “También lo que pasa es que cuando vas viendo lo que fue y lo que es la justicia argentina, es tal el dolor, que aflojas. Porque se culpó a Callejeros y no se buscaron responsabilidades mayores, siempre el que cae es el pichón, porque no se culpó ni condenó a los verdaderos responsables. Los que tenían que caer estaban en su casa tranquilos. Entonces terminas soltando un poco porque vas dejando tu vida ahí y nosotros sobrevivimos a eso y necesitamos trascenderlo”.

Ley integral y reparación necesaria

Existe un subsidio de la ciudad de buenos aires que cada tres años se renueva y familiares y sobrevivientes tienen que volver a ir a la gobernación para renovarlo. “El juicio civil es indemnizatorio, esos casi todos están sin resolver. Hay entre 2500 y 3000 sobrevivientes, y otros tantos que no reciben subsidio”, cuentan.

“Al principio costaba arrancar, el trauma que sufrimos nosotros es comparable (salvando las distancias) al veterano de guerra, por eso ahora se pide una ley integral de cromañón para que esos subsidios duren para siempre, que sea una reparación, que no solamente sea un subsidio. La ley ya está hecha, está en comisión por la voluntad de dos diputadas nada más. Falta la aprobación, pero no la quisieron votar”, afirman. 

Los tres creen que esta ley es importante para la memoria, para que siga viva, “hay que seguir reparando el daño que generó, y queremos que el Estado lo haga. Hay dolores que te acompañan toda la vida, entonces lo importante es NO OLVIDAR y aprender a vivir con ese dolor”, dice Vicki y sigue: “Lo que el Estado no hizo, sí lo hicieron les amigues y la familia, el entorno. Nos salvamos entre nosotros. Nunca nos llamaron, de hecho la ley habla de apoyo psicológico pero no hay trabajo de salir a buscar a los sobrevivientes.”

Los tres declararon en los cuatro juicios, pero las primeras veces, Blas recuerda que al momento de declarar solo le salía decir “yo estoy bien”. Tenía veinte años y no podía dimensionar lo que le estaba pasando. “Tardas 6 años en reconocer lo que sufriste y lo que te pasó. Te vas dando cuenta de cosas que acarreamos de eso y te siguen hasta hoy.” 

Actualmente los juicios siguen, durante el último mes a algunos sobrevivientes los volvieron a llamar para declarar. Vicki cuenta que hacerlo una y otra vez a lo largo de los años, es una locura. “Te piden que vuelvas todo el tiempo, así se va perdiendo el relato”.

Los peritajes definen la incapacidad que vos tenés y a partir de ahí se nomencla la indemnización, es una tabla. Pablo cree que hacer un peritaje 17 años después, también es una locura. 

“Algo tan significante como Cromañón ya tendría que tener una ley que ampare a los sobrevivientes, con un subsidio de por vida, asistencia psicológica, de salud, lo que necesites. Tendría que haber un acompañamiento que no existe. La ley la hicieron los sobrevivientes y familiares, no el Estado. Creo que eso pasa porque ya no somos nada, somos poquitos, se olvida. Salvo al que le tocó de cerca, a nuestras familias y amigos. Pero en general se olvidó, ya es algo que pasó. Se va a solucionar en algún momento y nos van a dar dos mangos. Hay mucha gente que lo necesita, que perdió a sus hijos o hermanos y que tienen que seguir yendo a declarar y revolver todo eso. Ya está, denles la indemnización y listo, que se cierre. Si ya sabemos que no va a ir nadie más preso, no va a haber justicia, la seguimos pidiendo, pero ya sabemos que ya está, las condenas son las que hay”, enfatiza Pablo. 

 Utilización política 

Pablo está seguro que la lucha por justicia fue utilizada políticamente. “El ex presidente fue presidente gracias a la causa Cromañón. Aprovecha la situación para destituir a Ibarra y lograr ser jefe de gobierno. Él fue la cabeza de la destitución. A partir de eso tuvo mucho conocimiento público, pero después no nos dio bola. No es que después la ciudad de Buenos Aires llamó a cada sobreviviente para saber como estábamos o que necesitábamos. El ganó y desapareció”.

Victoria cuenta otra situación en la que sintió sobre ella ese día, el estigma que pesaba sobre ellos y ellas en ese momento. “La médica que me atendió cuando ingresé al hospital me dijo: ‘¿por qué fuiste a esa bailanta?, mira lo que te pasó’ y yo con la poca fuerza que tenía, la agarre del ambo, la acerqué, porque no podía hablar, y le dije: ‘Fui a un recital de Callejeros, no fui a una bailanta’. Si esto en vez de en Once hubiera sido en San Isidro la repercusión hubiera sido distinta. Fue difícil sobrellevar esa situación a nivel social”.

“En ese momento estaba el caso Blumberg también y convocaba mucha más gente que Cromañón y era una muerte contra 194. Pasa que Cromañón era clase media-baja. No es un tema mediático y es una de las tragedias más grandes de la Argentina. Una parte del rock murió con Cromañón. Lo más importante de todo esto es no olvidar que pasó todo esto y que no vuelva a pasar lo mismo”, remarca Blas.

Las demandas por atención permanente en salud mental, por subsidios y por un espacio de Memoria impulsadas por sobrevivientes y familiares siguen sin ser escuchadas.

Victoria piensa que lo que les dejó Cromañón fue la conciencia de entender que nadie sale solo. “Nadie salió solo ese día, y nadie sale solo de ninguna. Esa fue la marca que me dejó a mi. Las luchas se ganan en las calles, la primera marcha que fui, fue por Cromañón y después todas las demás vinieron a partir de ahí. Cromañón me enseñó que para ser visible te tienen que ver en una plaza y ser un montón”. 

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