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La comunicación, el amor y el mercado del tiempo
Martín Kohan, autor del libro ¿Hola? Requiem para el teléfono, aclara demasiado que no lo motiva la nostalgia. Después de todo, el teléfono sigue presente y, aunque “su ausencia es inminente”, no ha muerto. O sea, el réquiem no es para el aparato a disco, sino para ese tipo de diálogo, íntimo, que supo desafiar la distancia de los cuerpos, disolviendo la presencia en la voz, penetrando por el oído, llegando a decir cosas que no se dirían cara a cara. Nuestra forma de comunicarnos muta rápidamente, y el mercado se centra en las ventajas. ¿Qué estamos perdiendo?
“El teléfono celular a veces se usa para charlar y mantiene el nombre del artefacto del cual es ‘heredero y verdugo’, sumando funciones: linterna, cámara de fotos, agenda, computadora. Se envían audios que son pequeños monólogos, que se alternan, y cuyo resultado está lejos de una conversación como la entendíamos antes. De hecho, antes de la movilidad, los mensajes que se dejaba en el contestador, ese mensaje que se dejaba dicho al familiar que atendía, eran claramente otra cosa. De hecho, muchas veces ‘uno podía tener algo para hablar con otro pero nada para dejarle dicho'”. (p.52).
Cara a cara
La reflexión invita, es sábado, son las seis de la tarde, empieza a aflojar el calor, y Kohan llega a Villa Maipú en bicicleta para conversar sobre este libro nuevo que dialoga con tantos otros que ya escribió: 7 libros de ensayo, 3 de cuentos y 10 novelas, como dicen las últimas dos contratapas, hasta el momento. El portón de la librería de garaje se abre hacia arriba, las sillas acomodadas en hileras copan la vereda y esperan el comienzo de esta conversación en el showroom de Arkhé, una librería que es comunidad de lecturas, necesidad que afloró en la pandemia de dos lectores voraces: Estefi y Rodrigo, anfitriones.

“No es nostalgia lo que motivó la escritura de este libro, sino el cruce entre algunas lecturas habituales de Benjamin, sobre una tecnología que está desapareciendo. La ocasión más propicia para pensar en esto que estamos perdiendo es este momento, en el que todos estamos pegados a un teléfono, como nunca nadie se ha pegado a un objeto, salvo los lectores a un libro. Se trata de agitar el escenario, desestabilizar, mover un poco la cotidianeidad para pensar en esas novedades a las que uno se acomodó muy rápidamente”, comienza Kohan ante un auditorio cómplice. También lo tentó el registro de sumar a sus lecturas, y a su experiencia de vida, algunas voces de la cultura popular, como Tangalanga, Rafaela Carrá y Susana Giménez entre tantos otros recuerdos compartidos que se fragmentan en las diversas entradas, emulando una enciclopedia.
El autor no tiene internet en el teléfono. Lo usa para hablar con otras personas y como “telégrafo”, para mandar sms.
¿Es posible vivir en modo avión?
El estado de conexión permanente trae muchísimas ventajas, pero se habla menos sobre los inconvenientes que provoca. “Nunca no estamos conectados”, nos advierte Kohan. Y eso nos deja disponibles para la demanda de manera permanente “y las demandas llegan incesantemente, demanda, demanda, demanda. Los requerimientos, las exigencias nos llegan todo el tiempo. Y no hay una separación fundamental en el transcurso de cualquier día de nuestras vidas que es la separación entre tiempo de trabajo y tiempo de ocio, y esa separación es muy importante para -y lo voy a decir de un modo cursi- ser felices”, remarca. “Con la conectividad permanente no hay ningún espacio protegido para la invasión de las demandas laborales. No lo hay: y te encontrás a las nueve y media de la noche, en tu casa, haciendo un trámite bancario. O un domingo a las dos de la tarde te encontrás haciendo un trabajo administrativo, porque ahora la parte administrativa te la descargan a vos, porque con las nuevas tecnologías lo podés hacer vos, y no como antes que para darte el alta en una plataforma ibas a un lugar y en las oficinas de la empresa que te había contratando alguien hacía los trámites. Ahora los trámites los hace uno. Y los terminás haciendo en el que era tu tiempo de descanso, o de esparcimiento, o de lo que se te antojara hacer. Era tu tiempo. Y te encontrás ahora haciendo ese trámite que no es de tu agrado. O el otro trámite, el de las multas, y tenés que entrar y comprobar ¡que no sos un robot!”.


Como buen docente Kohan desparrama elocuencia y hasta ofrece una parodia de sí mismo, y de cómo reniega de las exigencias de los consumos que se renuevan sin fin. “Siempre estoy al final, soy el último que usó cassette, quería llevar a Inrockuptibles el artículo en diskette. Y en la redacción me decían que lo mande por mail. Y yo le decía ´pero así nos vemos´, y él me decía ´si querés vayamos a comer, pero el artículo mandámelo por mail´”, cuenta Kohan. Y se pregunta: “¿Cómo hacíamos los Congresos antes del mail? No es hace 100 años. Es hace veinte. Ese vértigo de esa transformación”. Cuenta que una vez, aunque se estaba por largar a llover iba a salir a la calle para pagar unos impuestos en un Pago Fácil. “Te vas a mojar”, le advirtió su querida. Él quería salir igual, y mientras estaba buscando el paraguas escucha desde el escritorio: “Ya lo pagué”, vívida prueba del tiempo que ahorran las nuevas tecnologías de la comunicación.
Este libro rastrea las irrupciones del teléfono como novedad: en Benjamin, en Chejov, en Proust, en Duras, y la alteración radical que significó para las formas de comunicación en términos de ausencia y presencia, como una paradoja que se extiende en tono de despedida.
Teléfono descolgado
“Me gusta hablar por teléfono y ya no tengo con quien”, confiesa el autor, provocando risas, nostalgia, identificación. Sobre el final del libro agradece a dos de sus amigas, con quienes edificó una sólida amistad sobre la base de extensas conversaciones telefónicas. Hablar por teléfono no era un plan B: se trataba de un tipo de conversación particular. Una escena de un tiempo suspendido, una forma particular de distribuir ausencias (de cuerpo, de mirada) y una presencia absoluta, comprometida.
“Entre las tantas cosas que aparecen con el teléfono nace una forma de intimidad distinta de las que existían hasta el momento, y junto con esa intimidad una confianza, y junto con esa confianza una disposición a decir”, plantea el autor, y analiza que tiene que ver con la forma en que se combina presencia y ausencia, porque “la otra persona está ahí, está conectada, está escuchando, y la voz que llega al oído está muy cerca, pero al mismo tiempo está lejos. Alguien nos escucha muy de cerca, y por otro lado no nos está mirando, y esa combinación creaba una forma de intimidad y una disposición a decir ciertas cosas que quizás en el cara a cara no diría, y era (por algún motivo los verbos los estoy poniendo en pasado) una intimidad distinta también de cada uno consigo mismo. Porque daba la posibilidad de hablar con otro sin dejar de estar uno a solas, y entonces la entrega a las palabras es o era muy especial. Y sí, la echo de menos”.
¿Hola?
A propósito, por pura coherencia, Zorzal Diario consulta al escritor por vía telefónica. “Hay que llamarlo directamente, no usa WhatsApp”, advierte Estefi cumpliento estrictamente con su rol de mediadora entre artista y periodista. Ya nadie llama sin mandar un mensaje antes, es raro.
La cita se programa para dos días después, también por teléfono. A la hora convenida, Kohan atiende desde un ruidoso bar.
-¿Cómo te vinculás con el celular? ¿Usás redes, Youtube o leés los diarios en la pantalla?
-¿Cómo decirlo? Yo tengo distintas modulaciones. Leo desconcentrado en pantalla. Mi lectura en papel es mejor y me pregunto si en el pasaje de la lectura del papel a la pantalla no ha bajado la concentración. ¿La pantalla no predispone a una lectura de sobrevuelo? El dedo va dando golpecitos, y en un punto uno está pispeando más que leyendo. La lectura, digo, la secuencia de izquierda a derecha en el renglón. El formato, en el celular, nos predispone. Tengo la sensación de que el dedo y la pantalla confabulan, y en todo caso me pregunto, ¿no se está leyendo peor, de manera superficial?
-¿No hay nostalgia en estos cuestionamientos?
-La nostalgia puede tener algo de retroactivo y hasta de conservador. Y no se trata de volver atrás, se trata de discutir el estado de las cosas y en todo caso tratar de transformarlas hacia adelante, porque sino parece una especie de protesta apocalíptica, y los tiempos tienen cosas que están increíblemente mejor de lo que estaban antes. Cuando uno registra el modo de circulación de las palabras y el desarrollo de las tecnologías que de un modo muy prometedor habilitaron la idea de una democratización, que la hay, en el acceso de poder intervenir, de publicar, de decir, y todo eso que a uno lo entusiasma.
Pero veamos los comentarios de los diarios, ahora sí digitales. Se reclaman cuestiones que el texto dice, ¡porque no se lee más allá del título! Entonces, si el texto (que dice) que lleva tres minutos de lectura, y el tema te interesa para comentar, ¿no te interesa para leer? Estamos ante una pérdida, y no añoramos los tiempos mejores, sino que estamos discutiendo el estado de cosas en el presente.
-No hay tiempo.
-Con todas estas tecnologías de comunicación que tanto prometen, ¿estamos mejor o peor? En muchos aspectos sí, en otros no. Veamos los que no: el estado de conectividad permanente, veámoslo al revés: nunca no estamos conectados. Una de las razones por las que no tengo WhastsApp, la más determinante, es que no tengo internet. No estoy conectado y necesito no estar conectado porque necesito concentrarme para mi trabajo. Ahora voy a cortar con vos y me voy a quedar en este bar leyendo un texto que tengo que terminar de leer, y para hacer eso, que es mi trabajo, necesito estar concentrado.
-Siendo un escritor tan prolífico, ¿el momento de escribir y leer es trabajo o es ocio?
-Es trabajo. Pero bueno yo tengo la suerte, y es la vida que me procuré, que yo trabajo lo mismo que hago en mi tiempo de ocio. Yo trabajo de leer, porque soy docente y los docentes no trabajamos solo cuando estamos en el aula dando clases, trabajamos también cuando leemos eso que después vamos a enseñar. Ahí hay una situación excepcional, porque uno que ha seguido su vocación y trabaja de los que le gusta. ¿Qué hago yo en una tarde de enero? ¡Leer! Porque me encanta leer.
-¿Y cómo elegís qué escribir?
-Por deseo… cuando se te ocurre una idea. Y esto puede ir desde un artículo hasta una novela entera. Claro que la idea de un artículo es más acotada, y la de una novela requiere más desarrollo. Pero la base de lo que preguntas es muy parecida: se te ocurre una idea y la idea te genera deseo de escritura, o lees algo y lo relacionas con otra cosa, y sentís fuertes deseos de escribir eso que se te ocurrió. No es más complicado. Es eso. Un chispazo. Fuertes deseos de traspasar a la escritura eso que estás pensando. Y al mismo tiempo, si eso va a ser un artículo para el diario, te van a pagar, y también era trabajo. Ahora, una cosa son esos movimientos que uno hace porque se dedica a lo que le gusta, y siente placer con el trabajo, y el modo en que uno puede disponer y repartir disfrute y trabajo, sobre la base de que uno disfruta de su trabajo; y otra cosa muy distinta es que los requerimientos del trabajo invadan tu tiempo.

El amor y la espera
En el libro ¿Hola? Requiem para el teléfono de Martín Kohan se cita a Roland Barthes, que al analizar los Fragmentos del discurso amoroso, integra al teléfono en la espera del que ama: “La espera es un encantamiento: recibí la orden de no moverme. La espera de una llamada telefónica se teje así de interdicciones minúsculas, al infinito, hasta lo inconfesable: me privo de salir de la pieza, de ir al lavabo, de hablar por teléfono incluso (para no ocupar el teléfono); sufro si me telefonean (por la misma razón); me enloquece pensar que a tal hora cercana será necesario que yo salga, arriesgándome a perder el llamado bienhechor (…) Todas esas diversiones que me solicitan serían momentos periodos para la espera, impurezas de la angustia. Puesto que la angustia de la espera, en su pureza, quiere que yo me quede sentado en un sillón al alcance del teléfono, sin hacer nada”.
Alexandra Kohan, psicoanalista, escritora y pareja del autor es citada a propósito de esta relación entre la espera del llamado amoroso, y es ella quien señala que la situación no ha perdido vigencia, sino que por el contrario el avance tecnológico no hace más que subrayar la inmovilidad que provoca la espera, como impedimento: no hace falta quedarse en el sillón, y la inmovilidad se ilumina en su aspecto metafísico.