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ALASITAS: UNA FIESTA PARA LOS SOÑADORES EN EL CONURBANO BONAERENSE

Por Ayelén Granero y Emiliana Miguelez


La fiesta de Alasitas podría traducirse al español como comprar o comprar en pequeño. Esta festividad, profundamente arraigada en sus fieles, les lleva cada año a pedir al Ekeko su deseos así como cada primer viernes del mes dependiendo de su creencia se le enciende su cigarrillo a esta pequeña y poderosa figura a la cual se le atribuyen poderes mágicos que se relacionan directamente al mundo de los sueños y de lo posible en vida. 

Se dice que para la realización de los sueños uno debe comprar en esta feria las miniaturas de sus sueños, por ejemplo un terreno, un taller, un vehículo. Luego se lo bendice en otros puestos con personas específicas, quienes a ritmo de campanas se esmeran para que el comprador sahume su miniatura, y entre rezos, abrazado a un pequeño aguayo los fieles se llevan su compra. 

En la feria existen también animales como el sapo o el toro, ambos con misiones distintas para el hogar. El primero con la responsabilidad de mantener un hogar abundante y el segundo con la misión de proteger el hogar.

Las Alasitas nacen en las comunidades quechuas y aymaras como una forma de conectar los deseos humanos con el mundo terrenal, pidiendo abundancia en bienes materiales pero que también que se realice en armonía y equilibrio con la naturaleza.

El Ekeko original de la abundancia fue transformado por la colonización en una figura blanca, un hombre de rasgos europeos. El proceso de colonización en Abya Yala no fue solo una cuestión de dominación territorial, sino también de despojo espiritual. Las comunidades indígenas fueron sometidas a un proceso de deshumanización y su cosmovisión reducida a mitos “primitivos” .

Sin embargo la fiesta de alasitas sigue celebrándose a través de los siglos y de países como Perú, Bolivia, Chile y Argentina, en un sinfín de provincias y municipios.

Este 24 de enero y Villa Celina en el partido de La Matanza no fueron la excepción.  La feria de miniaturas contuvo a un centenar de puestos que trabajaron más de 15 días en las miniaturas, algunos fabricantes de las mismas,  otros ensambladores. De igual manera los materiales traídos principalmente de Bolivia ornamentaron las mejores miniaturas.

En el infaltable sector de comidas, las caseras sirvieron a los soñadores sus mejores platos. Muy cerca de ellas, grupos musicales y en un sector alejado, tímidamente asomaron agrupaciones autóctonas que comenzaron el llamado a las lluvias con sus tarkas.

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