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CUANTAS COSAS ESTAREMOS LLORANDO HOY

Texto y fotografías de Facundo Nivolo

El bolso de la cámara preparado. De casa salí tomándome el 328, cartel verde. El bondilero escuchando la radio que comentaba el velorio. El día anterior, cuando se conoció su muerte, se escuchaba Santa Maradona de Mano Negra.

Al borde de la estación San Martín se juntan siempre los vendedores ambulantes antes de subirse al tren a trabajar. Dejan las cajas de cartón con las golosinas o artículos de celulares en el suelo, y conversan como una suerte de previa.

Estaban todos con la celeste y blanca. Uno me dijo que sólo tenía la de Messi pero no iba al velorio porque tenía que laburar. El homenaje que iba a hacer era vestir esa camiseta. Según él, con esa camiseta nadie dio más alegría en tiempos donde la gente estaba “rota”.

Sobre la calle Bernardi vive Tamara Grinberg. Me prestó un lente porque se rompió el mío. Más tarde se iba a juntar con una amiga a recorrer el estadio de Chaca para ver si habían armado un altar o alguna pintada.

Mientras voy viajando en el tren, me mensajeo con mi viejo para saber la evolución de un tratamiento nuevo. Cada vez que charlamos de eso me transporto, como que voy perdiendo el oído cada vez más, y me transporto a una suerte de sueño. En ese sueño me figuro intentando descifrar un reloj de arena que está dado vuelta, a ver si en una de esas cuando vuelvo a la realidad, me traigo el milagro de detener el tiempo.

Empecé a sacar fotos después de que falleciera un amigo. Fue hace un montón. Me pasó algo revelador ya en una de las primeras coberturas. Se trataba de las Madres del Dolor. Me di cuenta que era recurrente, porque también me pasaba con las mamás de víctimas de gatillo fácil. Cada vez que me ponía la cámara en los ojos era como si la escena fuera otra.

Quizás me pase siempre y en todas partes, que todas las mamás del mundo al momento de realizar la foto, sean la mamá de Fernando.

El ferrocarril Belgrano que hace desde Retiro a Villa Rosa fue el motivo de mi primer fotorreportaje. Me costó mucho hacerlo, más que nada vencer el miedo. El docente que tuve me dijo “es tu tema sin dudas”, al ver las primeras fotos. Pero su método de clase era duro, buscaba provocarnos siempre. Algunxs se iban llorando de clase, yo discutía siempre, pero nunca me fuí.

Ese laburo tuvo sus costos. La profundidad, involucrarse con las personas puede doler. El furgón y las noches, las historias de la gente. Entonces volvió a pasarme. En algún punto empezó a sucederme que al posarme la cámara para fotografiar en ciertas manos, veía las manos de mi viejo, la textura de su piel.

Quizá esto también me siga por siempre, como me pasa con las mamás, y resulte que las manos de todos los obreros del mundo sean las manos de mi viejo.

Las manos de los rotos que durante un segmento de sus vidas, tuvieron las alegrías y esperanzas más colectivas depositadas en los pies de un gordito de pecho inflado al que en el barrio le decían Pelusa. Y que según ellos fue ni más ni menos que “el mejor de todos los tiempos”.

No sé realmente cuantas cosas estaremos llorando hoy pero al menos sé las que estoy llorando yo. Ni necesito más argumentos porque lamentablemente -y también gracias al cielo-, con eso me alcanza.

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