Tres mujeres jóvenes son asesinadas. Tres jóvenes, muy jóvenes, son brutalmente asesinadas y descuartizadas. Un triple…
Delia Giovanola: “Sin querer, los militares nos marcaron el camino”
“¿Qué es un desaparecido? Es alguien que no está ni muerto, ni vivo. Es una incógnita”, afirmaba Jorge Rafael Videla ante la prensa, el 13 de Julio de 1979. Delia Giovanola (95), una de las doce fundadoras de las Abuelas de Plaza de Mayo, conoció en carne propia lo siniestra de esa declaración.

Fotografía: Evelyn Schonfeld.
Llegamos al edificio donde vive Delia en Ballester. Al levantar un poco la mirada, la imagen de pañuelos blancos en un balcón anuncia a donde vamos. Apoyada en su andador, nos abre la puerta. Lo primero que se ve al ingresar es una enorme pintura que retrata a su familia reunida: su hijo, su nuera, sus nietos y ella, con una sonrisa luminosa. El cuadro imagina otro presente posible. En la vida real, ese sueño quedó truncado a causa de la dictadura cívico militar de 1976, que llevó a cabo la desaparición sistemática de personas como el principal mecanismo para el disciplinamiento de la sociedad.

Fotografía: Evelyn Schonfeld.

Fotografía: Evelyn Schonfeld.

Fotografía: Evelyn Schonfeld.
Pide disculpas por la tardanza. “Recién termino un zoom de Abuelas”, comenta. Recibe una llamada. Es el productor de una radio que quiere programar una entrevista. Pide que la llamen más tarde. Llegan dos militantes de la Agrupación “Arte por Santiago”, graban un video y se retiran. Vuelve a pedir disculpas. Desborda lucidez y vitalidad. Cada ambiente está lleno de recuerdos, retratos, y regalos que recibe de distintos lugares del país y del mundo. Después de definir cuestiones de iluminación, acordamos sentarnos en el living.
“Nací en la prehistoria (risas), por allá en el año 1926″, comienza relatando Delia sobre sus orígenes. Cuenta que creció en la ciudad de La Plata, a la que su familia llegó desde Italia para embellecer. “Mi abuelo vino desde Milán. Hicieron obras, edificios ornamentados. Él vino con tres hijos, entre ellos mi padre, que también fue escultor.”


Fotografía: Evelyn Schonfeld.
A los 15 años se puso de novia con Jorge Ogando, con quien se casó y tuvo a “Jorgito”, “el hijo querido, el hijo deseado”. Cuenta que a los 17 años se recibió de maestra. En este punto se detiene y recuerda que ya en la secundaria daba clases particulares a amigas, compañeras y vecinas. “Le dí clases a Stella Maris, quien luego sería mi nuera, y a su hermana melliza”, lanza. El primer momento difícil de su vida fue la pérdida de su compañero. Su marido enfermó de cáncer y murió en 1963, a los 42 años. En 1968 se volvería a casar con Pablo Califano. Juntos se fueron a vivir a Villa Ballester, donde empezó a ejercer de bibliotecaria.

Fotografía: Evelyn Schonfeld.
La trágica noche
“Se llevaron a los chicos”, fue la frase que escuchó Delia del otro lado del teléfono. Corría Octubre del ’76, estaba trabajando en la escuela y era la hermana melliza de Stella la que le daba la terrible noticia. “No tenía la menor idea de qué me hablaba. ¿Quién los llevó? ¿Dónde? ¿Cómo?, era una pregunta tras otra. Y la respuesta cada vez era peor. Terminé gritando y llorando en la dirección de la escuela. No entendía nada. Yo hacía mucho ya que no vivía en La Plata, y acá en Ballester estaba en otro mundo: no existían las universidades, las luchas estudiantiles, nada”.

Fotografía: Evelyn Schonfeld.

Fotografía: Evelyn Schonfeld.
El escenario no podía ser peor: una patota del Ejército había secuestrado a Jorge Ogando y su pareja, Stella Maris Montesano, embarazada de 8 meses. Virginia, la pequeña hija del matrimonio, quedó en la cuna, en la soledad de aquella casa arrasada. Tenía tres años. Un efectivo avisó a los vecinos que quedaba una nena sola en la casa. Entonces, Delia se jubilaría del cargo de directora de la Escuela N°44 para hacerce cargo de la crianza de la pequeña, junto con su esposo.
Ahora se acomoda en la silla, y revive una vez más lo sucedido. Aún hoy, no logra comprender por qué a ellos: “Nunca supe que estuvieran militando en ninguna organización. A Jorgito no le interesaba la política, no la mamó en casa, porque en casa no se hablaba de política. Pienso que Stella Maris quizás sí, por su trabajo de abogada y su paso por la facultad. Jorge siempre me decía que cuando regresaba de su trabajo en el Banco Provincia compraba el diario y lo leía en el tren para charlar por la noche con ella.”

Fotografía: Evelyn Schonfeld.
Tiempo atrás de esa fatídica noche, Jorge y Stella le habían dado alojamiento a un amigo del primo de Jorge, Emilio Ogando. Se trataba de Edgardo Miguel Ángel Andreu, oriundo de Bahía Blanca. Andreu fue convocado para la colimba y temía dejar sola a su esposa, Norma Robert. Los Ogando la alojaron en su casa. En septiembre del 76, Andreu regresó a la ciudad y, junto a su pareja, fueron secuestrados. Nunca más supieron de ellos.
“Jorge me contó que ellos una vez hicieron una reunión en su casa. Pero mi hijo no se sentía cómodo, así que se iba con Virginia, a veces los tres, a pasear un rato por ahí. Cuando desaparecieron, Jorgito fue a hacer la denuncia. Ahí le hicieron todo tipo de preguntas: dónde vivía, cómo estaba conformada su familia, qué vínculo tenía con ellos. Contó todo. Se metió, sin saberlo, en la mismísima boca del lobo”, explicó Delia.

Fotografía: Evelyn Schonfeld.

Fotografía: Evelyn Schonfeld.
Entonces, viajó a La Plata y buscó hablar con los vecinos, pero se encontró con silencios y puertas que se cerraban. Ante las preguntas de Virginia por sus padres, Delia respondía que estaban en tribunales declarando. La pequeña no volvió a preguntar por ellos. Casi como protagonizando la película “La vida es Bella”, Delia se empeñó en hacerle transitar a su pequeña nieta una infancia tranquila y felíz, aislándola de todo el terror que se vivía alrededor.
Ellos con las armas, ellas con los pañuelos

Fotografía: Evelyn Schonfeld.

Fotografía: Evelyn Schonfeld.
Por esa época conoció a Adela Atencio, quien también buscaba a su único hijo desaparecido, y fue la que le comentó a Delia que había mujeres que se reunían en Plaza de Mayo. La insistencia de aquella mujer pudo más que su falta de fe, y a finales del 76 partieron juntas a la histórica plaza. Ese primer jueves, conoció a Azucena Villaflor, madre fundadora. Tenía un block de hojas oficio en el que anotaba los datos de los chicos: nombres, de dónde se los habían llevado, fechas. Recuerda que eran apenas 4 o 5 mujeres. “A partir de ahí fue una necesidad ir cada jueves. Nos sentíamos acompañadas, y cada encuentro venían más madres. Empezamos a usar pañuelos blancos para reconocernos”, afirma.
“Éramos muy poquitas y tímidas, no teníamos calle. Nos quedábamos paradas hablando, hasta que los militares con armas largas nos dicen: ‘circulen, circulen, no pueden estar paradas. Hay estado de sitio, tienen que circular’. Y ahí empezamos a circular tomadas del brazo ¡Qué ironía!, fueron ellos quienes nos obligaron a hacer la ronda. Sin querer, nos marcaron el camino.”
Comenzaron a organizarse. Recorrían hospitales, comisarías, cementerios y juzgados. Cada vez que se juntaban en la plaza o alguna confitería, contaban si alguna había tenido alguna novedad. “Era prueba y error, inventar, no había una forma de buscar. En eso, llega diciembre, y caigo en la cuenta de que mi nieto ya tenía que haber nacido. Yo pensaba que en algún momento los iban a largar, cuando se dieran cuenta que no habían hecho nada. Más con Stela embarazada, nunca imaginé que iba a ser definitivo”, afirma Delia.
Y continúa: “Un jueves, una de las madres se sale de la ronda y dice ‘las que tengan hijas o nueras embarazadas vengan por acá’. Salí, y ahí empezó otra búsqueda: la de los nietos. Las abuelas fuimos paridas por las madres. Pero era diferente buscar a un nieto. Nos tuvimos que organizar para visitar hospitales de niños, juzgado de menores, casas cuna, orfanatos.”
Delia relata que en el año 1979, cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos arribó al país, hacía la fila para presentar su caso y otra madre de La Plata, Herenia Sánchez Viamonte, le contó que una sobreviviente había estado detenida junto a Stella. Allí Delia supo, por primera vez, que su nuera había parido en cautiverio.
Mientras entrecruza los dedos de sus manos, reconoce que en un principio tuvo miedo de reunirse con aquella sobreviviente por temor a que le pase algo a Virginia o a ella. Recién con la llegada de la democracia, pero aún con la violencia latente, se anima a concretar la reunión con Alicia Carminatti, quien había compartido la celda con Stella.

En aquella oportunidad, se entera que su hijo y su nuera estuvieron en el Pozo de Banfield, y que cuando Stella empezó con el trabajo de parto los compañeros detenidos gritaron llamando a los carceleros. “Se la llevaron a otra habitación. Parió sobre una chapa, esposada.” El silencio invade la sala, después de una pausa, continúa: “Stella conservó un pedazo de cordón umbilical que, mediante otros detenidos, llegó a manos de Jorge, para que él supiera que el bebé había nacido. También me dijo que era rubio y de ojos azules.” Tiempo después se enteraría que a su nuera le hicieron baldear la cocina donde había dado a luz.
A partir de los 18 años, su nieta Virginia participó junto con su abuela de las rondas en la Plaza. Comenzó a interesarse por la historia de sus padres y a acompañar a Delia de manera activa en la búsqueda de Martín, su hermano. Durante años participó del activismo de Abuelas y de HIJOS, y le escribió cartas a su hermano desaparecido. En 2011, sumida en una depresión, se suicidó. Delia expresa que “respeta su decisión, pero que nada la consuela”.

Fotografía: Evelyn Schonfeld.
Martín, el nieto N°118
Era el 5 de noviembre del 2015, y Delia se dirigía al Centro Cultural Kirchner cuando sonó su celular. De repente, recibe un llamado que le cambió completamente los planes. Le dicen que vaya corriendo para Abuelas. Llegando a la sede, se asombra por la cantidad de gente que hay en la puerta. No imaginó que ese día la vida le regalaría la sorpresa más linda del mundo. Esta vez, hacia el abrazo postergado, hacia el encuentro de la verdad.

Fotografía: Evelyn Schonfeld.
“Llegué a Abuelas y estaban todos con cara larga. Me voy, dije. Y me frenaron. ‘Delia, encontramos a tu nieto’. Empecé a gritar, a reír, llorar. No lo podía creer. Tenía 39 años de emociones acumuladas. La sede de Abuelas se llenó de familia y de amigos, como pasa con cada restitución, que es una verdadera fiesta para nosotras. Ese mismo día, Martín pidió hablar conmigo. Yo gritaba Martín, ¡sos vos Martín!’. Por un momento se quedó callado. ‘Estoy acostumbrado a que me digan Diego’, dijo. Hablamos largo rato y le pregunté si lo podía volver a llamar. ‘¿Cómo no me vas a poder llamar, abuela, si me buscaste toda la vida?’ me dijo. Nunca había pasado algo semejante, que el mismo día de la noticia, un nieto quisiera hablar”.
A partir de ahí, mantienen una estrecha relación a pesar de que Martín está radicado en los Estados Unidos. Delia cuenta que su nieto siempre supo que había sido adoptado. “Fue criado con amor y creció queriendo conocer su verdadera identidad. Durante años, temió que quienes lo adoptaron ilegalmente se vieran complicados ante la Justicia. Cuando en 2015 murió Armando, quien lo crió, dió el paso y se acercó a Abuelas.”

Fotografía: Evelyn Schonfeld.
El pasado miércoles, la UNSAM reconoció a la activista por los Derechos Humanos con el título de doctora Honoris Causa por la búsqueda de Memoria, Verdad y Justicia. También se le reconoció el haber sido educadora en el territorio de San Martín: “Le dije a mi nieto que de ahora en más me diga doctora -risas-. Estoy muy contenta. Pude cumplir la promesa que le hice a mi hijo de encontrar a Martín. Pero la lucha sigue, nos faltan poco más de 300 nietos por restituir”, expresó.
Quiere mostrarnos fotos de su habitación. Nos levantamos. Camina hacia su andador rojo con ruedas: “Nena, esperame que agarre la Ferrari”, comenta, entre carcajadas. A Delia le habrán arrebatado algunos sueños, charlas, besos y abrazos. Jamás la sonrisa. La del cuadro familiar de entonces, la que nos devuelve ahora: “Son golpes de la vida que uno no termina de sufrir, yo vivo riéndome porque es un arma. Elegí la risa porque el llanto o el sufrimiento te aísla”.

Fotografía: Evelyn Schonfeld.