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“En Malvinas tuvimos tres enemigos: los ingleses, el frío y nuestros comandantes”

Hoy se cumple el 40º aniversario del inicio de la Guerra de Malvinas, y la fecha se da en el marco de otra guerra. En este caso, el conflicto se desarrolla en el hemisferio norte, luego de la invasión de Rusia a Ucrania a finales de febrero. Las imágenes que llegan no hacen más que actualizar el horror que conlleva una guerra.

El viernes 9 de abril de 1982 un militar tocó el timbre de la casa en Banfield de Alberto Altieri a las seis de la mañana. Traía una citación del Regimiento 7 de La Plata. No alcanzaron los ruegos de su madre. “Prefiero morir en la guerra y no quedarme acá como un cobarde”, le dijo Alberto. Seis días después llegó a Malvinas. Tenía veinte años.

Una de las primeras noches en la isla, la temperatura alcanzaba los once grados bajo cero y la neblina hacía que no pudiera verse las manos si las extendía lejos del cuerpo. Era como si sus extremidades se borraran en una bruma gris. La sopa fue la cena de todas las noches, hasta que un día en la desesperación, se vió hundiendo un cuchillo de combate entre las costillas de una oveja. Recuerda la sangre tibia del animal escurriéndose como un alivio en sus manos heladas: “Le tengo tanta idea a la sopa que hasta el día de hoy no puedo tomarla”.

La noche del 11 de junio de 1982, un Sargento Primero del Escuadrón Décimo de Exploraciones hace un pedido urgente en el campamento argentino en Monte Longdon: necesita dos soldados para mirar la posición enemiga y rescatar a los prisioneros. El frío mojado les duele en los pies. El viento de frente les cierra los ojos. Van casi ciegos, saltan pozos: son agujeros en la tierra producidos por las bombas. Se atrincheran. De repente, un estruendo y pedazos de tierra vuelan por los aires. Alberto siente un impacto en la cabeza. Un pedazo de metal se incrustó en su casco y un zumbido va copando todos los sonidos del ambiente hasta que se desvanece. Lo trasladaron al pueblo y le realizaron las primeras curaciones. “Pérdida de masa encefálica del hemisferio izquierdo y pérdida total del ojo derecho”, dijo el parte médico.

” Siempre le digo a mis hijos que en Malvinas luchamos contra tres enemigos: los ingleses, el frío, y nuestros propios comandantes”, comenta entre nostalgia y bronca.

Treinta y cinco años después, el casco que le salvó la vida a Alberto apareció en una subasta en Inglaterra. Se pedían 13.500 libras esterlinas, más de medio millón de pesos argentinos. El casco fue comprado por un coleccionista inglés. Tiempo después, mediante la gestión de un empresario argentino pudo recuperarlo. “La primera noche que lo tuve dormí abrazado al casco como si fuera un osito de peluche”, detalló.

Asegura que asiste con entusiasmo a cada actividad escolar a la que lo invitan. “Los jóvenes son fundamentales para mantener viva la memoria y para que en algún momento se puedan recuperar por la vía pacífica”. Alberto suele salir a la calle con la remera de ex combatientes y cada vez que un nene le pregunta por la remera se detiene a contarles sobre la guerra para “plantar memoria.”

Alberto hoy tiene 60 años, vive en San Vicente y tiene dos hijos. Quiere disfrutar la vida con ellos. Volvió tres veces a las Islas Malvinas, pero su deseo es poder ir algún día con su familia. 

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