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La resurrección de un restaurante emblema de San Martín

El Salón Independencia se monta sobre el histórico restaurante Isidoro, que estuvo 60 años abierto. Hicieron un traspaso con las cocineras, para construir una carta que rescata lo mejor de la tradición alemana y se moderniza, con platos tradicionales de bodegón y ensaladas elaboradas en base a plantines orgánicos. La novedad es un salón para entre 20 y 60 personas, ideal para festejos y celebraciones, donde no se cobra ningún adicional por sobre el precio de la comida, y se cuenta con pool, metegol y se puede poner la música que uno quiera. Se recomienda la pizza party.La cocina está siempre a la vista y es el alma de la casa. Al entrar se perciben los aromas del pan recién horneado, y da la sensación de estar en casa. Gabriel Ginés Molinet, uno de los dueños, encargado del salón y la atención a los comensales, abre un libro sobre una de las mesas de madera del salón principal y lee una frase de un libro: “Creo en la cocina del mestizaje, que es fruto del paso del tiempo, de invasiones, de la migración, de la integración de gustos y costumbres de los diferentes pueblo, en definitiva, el mestizaje, es producto de la historia”.

Luciana Bonanno es chef y la cabeza del equipo/familia que trabajó y sigue trabajando en refundación del clásico restaurante de Chilavert, Isidoro, cuyo “gran momento” fue en las décadas del 60 y 70. En aquella época se acercaban las vedettes, el plantel de River Plate con figuras como “El Beto” Alonso, caras conocidas de la farándula como Silvio Soldán y artistas de la talla de “Tato” Bores y “Pepe” Biondi. Ahora el espíritu es más vecinal, construyeron comunidad entregando viandas a una escuela de la zona, y quieren que se destaque el sabor de las comidas por sobre todas las cosas. “Mi casa siempre fue una especie de comedor”, dice y recuerda a muchos primos comiendo la comida de su mamá, que junto con su papá siempre se hacían cargo de bufetes de clubes, y disfrutaban de esa entrega de amor que significa ofrecer un plato de comida.

Luciana destaca que todo lo  que se hace está muy pensado, que son más que un equipo de trabajo, que siente que Lucas -el ayudante de cocina-, y Tamara -la camarera- son parte de su familia. De hecho, las ensaladas -que se preparan con plantines orgánicos- llevan los nombres de sus hijas: Miel, Ema y Alma. La suya no es “una propuesta de moda”, hay un intento por tener una cocina autosustentable, remarcando que hacen su propio pan -a cargo de Ariel- y el sistema de conservación de los alimentos. También hacen entregas a domicilio, hay quienes compran los platos envasados al vacío, y están dando los primeros pasos con un almacén, con “productos copados”, como los condimentos que Luciana elige especialmente para sus platos. También hacen conservas y confitados: el morrón tiene una receta familiar secreta.

Ubicado en la calle Independencia 6116, dio un giro luminoso en su historia y renació en 2017, para volver a ser un restaurante en donde las familias del barrio y aledaños vuelvan a reencontrarse. A pesar del contexto económico desfavorable lograron seguir adelante a fuerza de creatividad: “Es una reinvención constante”, marca Luciana. “Nuestra intención es que la gente recuerde el lugar”, advierte, y su mayor disfrute es cuando le dicen “que rico olor” o “que rica comida”, “me hace acordar a la casa de mi abuela”, “me dan ganas de quedarme”. “Cuando entré a este lugar sentí algo muy importante, una energía muy buena y me enamoré. En marzo de aquel año empezamos las negociaciones con la inmobiliaria y propietaria. En mayo preparamos el contrato y abrimos el 6 de julio. Esos tres meses, no dormí”, revela Gabriel.

“La aceptación fue ampliamente positiva y la gente que vino por primera vez después de tantos años, vuelve a venir. Viene gente de Caseros, de Pacheco, San Fernando, Villa Adelina, Villa Lynch, gente de Boulogne”, agrega.En el ambiente puede prosperar el diálogo porque el volumen de la música es justo para los oídos de quienes asisten. “Pasamos vinilos y los domingos escuchamos los partidos en una radio Spica que encontré en la calle”, cuenta orgulloso Gabriel. “Hay una interacción con el cliente, nos conocemos y nos involucramos, buscamos la satisfacción de llenar el alma. Nosotros cuando hacemos un plato, esperamos a que te llegue y te estamos mirando sin que te des cuenta. Cuando comés, yo miro tu reacción y si te sale ‘qué bueno que está’, es una gran satisfacción”, explica. Los platos más pedidos son el Goulasch, que tiene entre sus ingredientes carne de res, cebollas, pimiento y pimentón, originario de Hungría. También se ofrecen comidas de tradición alemanas o clásicas de bodegón argentino como el guiso de lentejas, mondongo o locro.Con respecto a la identidad estética y gastronómica sobresale la raíz alemana con el clásico bodegón argentino: “Lo criollo me gusta como raíz y tiene que ver con el barrio. Yo soy un pibe de barrio y todo lo que tiene que ver con el barrio me gusta, por eso el restaurant es así. Pasas por la puerta y de repente tiene esa cosa mágica”. 

 

Fotos: Facundo Nívolo.

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