Mi abuela es un barrabrava y tres escenas más
–¿Vos sabés cuál es el segmento etario que menos pobres tiene en Argentina?
–Los jubilados
–¡Ah! ¿Y entonces?
–Pero no podemos ajustar a los jubilados –reflexionó el periodista.
–El problema es que no hay plata –sentenció el presidente argentino.

Changueando a los ochenta años
La Matanza tiene inmensidad de avenidas, bulevares, fábricas, y rutas solitarias. Barrios donde se abren calles de cemento partido, emparchado de alquitrán sobre otros parches viejos. Laburantes que van y vienen sorteando las baldosas flojas y el día a día hasta dentro de sus casas.
“Acá tenemos un abuelo que viene a buscar el plato de comida, tiene ochenta años y hace changas porque no le alcanza la jubilación. Hay otro abuelo que camina diez cuadras con bastón para venir a buscar la comida”, cuenta Alejandra Villarruel, del comedor Sol Naciente de Rafael Castillo, partido de La Matanza.
Con el brazo extendido recorre las diez cuadras, señalando detrás de ella. Después, con la voz firme, expone su estadística basada en el día a día: “cada vez se ve más cantidad de gente. Acá las compañeras estaban poniendo diez paquetes de fideos y ahora ponen quince. Y desde que no nos mandan nada para la olla, compramos los fideos nosotras. Con el aumento de la garrafa, a veces cocinamos a leña, -y enumera dedo a dedo- conseguimos donaciones, hacemos ferias, conseguimos los pañales, los medicamentos que van con doble receta”.
Alejandra tiene 52 años, su mamá 71. “Hoy fui a cobrar…”, dice Alcira Farias, mamá de Alejandra, que vive al lado del comedor comunitario. Espera unos segundos porque se le escapa una risa burlona, y acaba la frase: “…me pagaron la mitad”. Así lo indicó un decreto de necesidad y urgencia del Poder Ejecutivo a principios de 2024, donde informaba el pago en dos tramos y un bono de setenta mil pesos.
“Hoy en día las cosas no están para salir a la calle y decir, bueno, voy comprando. No. Ahora tenés que cuidarte en todo. Lo que cobré me lo gasto en pagar la luz. Me vino noventa mil”. Alcira mira el piso. Se amasa los dedos de las manos, estirando las arrugas. Levanta los ojos y ve a su hija, parada bajo el marco de la puerta abierta. “Nos ayuda la familia- explica-, por suerte. Nos ayudamos entre nosotros. Hay gente muy pobre que no tiene a nadie”.

Breve historia de una vida
Mi nombre es Antio Granata. Soy el presidente del Centro de Jubilados “La Amistad”, de Loma Hermosa. Llegué de Italia a los doce años, después de la Segunda Guerra Mundial. Mientras estudiaba la primaria entré a trabajar en un taller gráfico, en una imprenta.Tengo ochenta años y cuarenta y nueve de aportes. En los inicios de los noventa y faltando solamente cinco años para jubilarme, me despidieron.
En ese entonces, el Presidente Carlos Menem, había elevado a los sesenta y cinco años la edad jubilatoria, por lo que empecé a aportar como independiente los años que me restaban, y en el dos mil seis logré jubilarme. Caí en la peor AFJP. Yo nunca había ido a decir que no quería estar en una AFJP, sino que quería la de reparto. Entonces quedé enganchado con cualquiera. Me acuerdo y me da más bronca.
Cuando empecé a hacer los trámites en la AFJP, Néstor Kirchner las liquidó. Pasé al sistema de reparto y me dieron la mínima, yo había aportado como un obrero profesional, no como un obrero común. Le hice juicio al Estado que tardó doce años, lo gané pero tampoco me dieron lo que me corresponde. Esas cosas cansan.
Al centro de jubilados La amistad vienen más de trescientos cincuenta jubilados. En su mayoría tienen que hacer malabares para llegar a fin de mes: Hay jubilados que toman los medicamentos un día sí y otro no para que les alcance todo el mes. Nosotros antes teníamos los remedios al cien, ahora sólo un porcentaje.
Los muchos o pocos días que me queden, quiero una vida tranquila. Que pueda ir a la cancha, que pueda ir al cine, que pueda comerme un pancho cuando quiero. Trabajé durante toda mi vida. Según lo que cada gobierno me dijo que tenía que aportar, aporté. Y ahora nos recortan para que le den los números. Me hierve la sangre italiana, no soy un iluminado pero sé que este presidente está apuntando contra los jubilados, ya lo demostró con las medidas que está tomando. Estoy buscando un abogado para hacerle un juicio político.

Resistiendo a mate y bingo
Muy por fuera del tiempo, del contexto y la codicia ludópata, como si no existiera la devaluación, la inflación, la recesión y la mar en coche. En el bingo de “Resistiré”, tres cartones cuestan diez pesos, y contra toda lógica del marketing, seis cartones: veinte pesos. Las fichas son botones de colores y algún que otro poroto viejo.
Gregoria prepara el mate sin apuro. “Acá la cuota es de 1000 pesos mensuales, antes era de 200, pero como aumentó todos, los arreglos los pagamos nosotros”, dice Gregoria “Titina” Torres de 86 años. Es la Tesorera del Centro de Jubilados Resistiré que funciona en Villa Lynch, San Martín. “Acá damos yoga, memoria y pedicuría. Bueno, ahora no porque PAMI todavía no nos las dio. Ahora tenemos, por la municipalidad, gimnasia los días miércoles a la mañana”.
Mientras el mate va de un lado a otro de la mesa, de fondo se escuchan los números del bingo, veintidós, y el silencio que envuelve a un mesón lleno de jubilados controlando los cartones. “Ahora nos vamos a Córdoba –dice María Raquel Galli, alías “Pochi”, encargada de Turismo en la Comisión- pero sin el PreViaje porque no hay plata”, y sonríe con sorna. “Pochi”, tiene 84 años.

En el 2004 quedamos viudas un grupo de mujeres que nos conocíamos. No éramos amigas –aclara Gregoria recordando la fundación de “Resistiré”- pero nos conocíamos. Cincuenta y ocho. En la cuadra de la casa de ella- señala a Pochi con la cabeza- vivía mi tía por parte de mi marido. Bueno, ella nos juntó en su casa, íbamos a comer, jugábamos a las cartas, hablábamos de los problemas. Treinta y uno. Mi hermano era director de la tercera edad de la municipalidad y un día nos invitó a ir a la feria de Mataderos. Diecisiete. Y fuimos el grupo de mujeres, que ya éramos seis viudas. Al tiempo fui a la municipalidad, mi hermano ya había muerto y había otra señora que era la directora de la tercera edad, pero no le dije que era la hermana del que había muerto. Cuarenta y tres. Y entonces le pedí para ir a las vacaciones de verano. Podíamos ir, pero teníamos que tener un cupo. Bueno, fuimos al parque Irigoyen, muy lindo el parque, y nos dice la señora Marta. Veintisiete. ¿Cuántos son ustedes? Y somos 12 personas, y dice: ustedes, podrían formar un centro de jubilados. Setenta y dos. Con doce personas pueden formar un centro de jubilados. Nos vinimos a la casa de Bruna, la tía de mi marido que nos juntó a todas. Noventa y cinco. ¿Y qué les parece? ¿Lo hacemos, no lo hacemos? Y teníamos un poco de miedo cómo lo íbamos a hacer. Línea, grita Norma. Cuando vinimos al Club Coronel Mom, nos dijeron que sí, nos abrieron las puertas. Y así empezamos con doce personas. Llegamos a ser quinientas personas. Ahora somos ochenta y dos.
Mi abuela es un barrabrava

Veamos.
Los uniformados tienen: gas pimienta, cachiporra, escudos, cascos, protección en todo el cuerpo, entrenamiento, estrategia y hasta un carro hidrante.
Los jubilados: reuma, artritis, bastón, dentadura postiza, jubilación mínima por debajo de la línea de la pobreza y le han recortado los medicamentos.
Antes de ir al hueso, es conveniente saber que los miércoles, sin importar el clima, el Congreso amanece vallado, luciendo una frágil calma cotidiana. La escena se repite, miércoles tras miércoles, desde los inicios del gobierno libertario.
La policía, gendarmería y prefectura, comienzan a empujar a los manifestantes. Una jubilada con la camiseta de la Selección Argentina se detiene frente al vallado. En la espalda, donde antes estaba el número de algún jugador, tiene pegado un cartel. Dice: “Soy la primera línea de resistencia”.
Detrás de escena pueden verse los carros hidrantes dispuestos a despejar las avenidas. La acción transcurre: gentes corriendo, escapando de la persecución de los motopolicias. Fotorreporteros con máscaras antigás o tapabocas caminan agazapados por el espacio abierto que queda cuando la represión avanza y reculan los manifestantes. Por allí también cruza un muchacho en monopatín, ajeno a todo, sin que nada lo toque.

El gas corre intensamente y a veces el viento sopla contra los jubilados. En respuesta hay vómitos, lágrimas, gritos exigiendo mesura a la policía. Los ojos queman, la garganta arde. En el cielo sobrevuelan más drones que palomas y en el suelo la represión crece y crece de manera brutal. Un efectivo policial golpea con la macana a una señora. La mujer cae y da la cabeza contra el asfalto.
Detenciones al por mayor, heridos para todos los gustos, algunos de gravedad. Lo que queda es un reguero de piedras, cartuchos vacíos de balas de goma, zapatillas que se perdieron en las corridas y la noche que acaba nublándose por completo. Mañana es jueves, pase lo que pase.

Por Marcelo Pernía Nisi, Ariel Esposito, Silvia Cristófaro y Facundo Nívolo.

